CARA DE MALO

F. Garrido • 7 de junio de 2025

CARA DE MALO
Un relato de ángeles y gárgolas contado por un idiota


© Fernando Garrido, 2025


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I

Era ya algo de noche, había llovido, pero poco. La humedad del pavimento brillaba expuesta al cálido reflejo eléctrico de algunas farolas. De regreso a casa, iba evocando el último beso en el portal y la dulce promesa de un hasta mañana. Caminaba yo bien derecho, tranquilo, casi muy despacio. Respiraba profundo mientras contemplaba el discreto, pero agradable ambiente de esos días de entresemana en la garrapiñada almendra de la ciudad. Iba muy orgulloso de la buena calificación obtenida en las pruebas de selectividad, e igualmente complacido de pertenecer, gracias a mi relación con ella, a esa endogámica estirpe urbana actual, dirigente y de moda, adscrita al nuevo bucolismo de progreso, que disfruta del afable discurrir de la vida entre lugares, amistades y costumbres que avanzan, crecen y se reproducen en las oportunidades que ofrece este presente, según dicen, helenístico, o sea, disfrutando de los placeres como los que se ventilaban en los antiquísimos simposios y festivas hecatombes griegas. Jo, qué de cosas me sé…

A lo que iba: en mi camino de vuelta a casa, como siempre, doblé por la esquina del claustro de la catedral. Allí, junto a la escalinata me encontré a un mendigo habitual. Un mozo envejecido que cubierto con una manta, en cuclillas y como tembloroso, siempre está como declamando en alto sus desgracias con una extraordinaria prosodia de tragedia clásica con etílica e impostada grandilocuencia. No recuerdo su nombre, pero todos lo conocís, “el Jacomoto”. Es de nuestro barrio, aunque yo no tengo gana, ni quiero saberlo.

Es que no entiendo cómo en esta magna época triunfal de bonanza cada vez haya más pedigüeños por todas partes, que son multitud, por eso un día se me ocurrió llamarles para mis adentros, la santa cofradía de la orden mendicante de acera, pues no existe calle, o sobre todo parroquia e iglesia de la ciudad que no tenga un desarrapado menesteroso oficial o varios en sus atrios o entradas, ocupando plaza de apelación a la prodigalidad del vecino o feligrés, para obrar en él una inmediata redención al enhebrar sus almas con monedas por el aro de sus cestillos. Aunque habrís visto que también los hay en modo menos espiritual, en plan más laico y consumista: están a las puertas de todo establecimiento comercial, supermercados, estaciones y paradas del bus. Total, que una barbaridá y bochornoso espectáculo, orquestado sin duda por todas esas fuerzas casposas y retrógradas, subversivas y contrarias a nuestro progresivo progreso… Jo, qué bien me expreso. Troncos, a que no parezco de barrio ...

En fin, como iba contándoos: el tal vecino, ese tan histriónico, me suplicaba la limosna a cambio de entregarme una cuartilla de papel cuadriculada y escrita a boli. Aseguraba que se trataba de un mensaje que le había caído del cielo, dentro de una botellita de plástico lanzada por un ángel de piedra, náufrago o prisionero en el mar de tejas, cornisas, arbotantes y pináculos del gran Templo, según me decía.

Ya sabís, es que tengo mucho repelús a estos pordioseros de costumbre; no suelo mirarlos ni mucho menos escuchar las extravagancias que recitan para llamar la atención y pena de los transeúntes, por lástima a la impúdica fatalidad de sus terribles vidas contadas en primera persona, ya sea de viva voz o rotuladas en pedazos de vulgar cartón. Historias sin duda amplificadas o inspiradas bajo el efecto de los bricks de vino que acumulan a su alrededor al compás que en sus platitos aparecen las perrillas necesarias para ir a por otro y otro más. Jo, cómo analizo el panorama. Eh, chavales…

Lo cierto es que como en aquel instante me sentía tan feliz, busqué en mí bolsillo una moneda. La encesté magistralmente en el recipiente recolector y él me extendió la cuartilla que yo no tenía ninguna intención de tomar. Alargó su brazo de nuevo con insistencia para entregármela. Yo le hice un gesto negativo con la mano, pero la hojita quedó extrañamente prendida entre mis dedos. No le di mayor importancia, acepté la rara casualidad y la guardé doblada con algo de asco en el interior de mi chaqueta, junto al teléfono. Pensé que casi mejor así: aquel desdichado bichicome, se quedaba satisfecho con su pequeña retribución a mi falsa y filantrópica piedad. Ahí quedó la cosa. Jo, qué magnánimo soy…


II


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Al día siguiente encontré la hojita sobre la alfombra del dormitorio. Habría caído de la chaqueta al sacar el teléfono. Después fui al lavabo y aproveché para llevarla conmigo y leerla sentado, en lugar de ponerme a lo del crucigrama que tengo allí en curso para ese inexcusable momento diario. Jo, lo mío sí que es aprovechar el tiempo… La desplegué recordando la inverosímil manera en que la había agarrado sin querer. Bueno, pues en esa obligada descarga estaba yo, frente a la cuartilla cuadriculada con tan abrupta y enana caligrafía que la hube de descifrar como un esforzado paleógrafo. Jo, en eso me manejo como un conejo… Según iba avanzando mi obra, pude finalmente entenderlo y, por Dios, doy fe de que contenía una inquietante y breve historia supuestamente encerrada en un pet vacío de agua mineral lanzado desde las alturas por un imaginario ángel, prisionero o víctima de una gárgola llamada Cara de Malo. Ahora verís…

Esto es lo que el apócrifo ángel decía:

A quienes encontréis este mensaje: id y contad la verdadera identidad de esta alimaña, ahora petrificada en forma de espantosa gárgola de cornisa, que aquí cautivo me tiene.

No me busquéis cerca. Soy un ángel de las alturas. Uno de tantos que un día bajó de su torre para beber engañado del agua de lluvia envenenada que vertía esta Cara de Malo, la más fea y horrible de las gárgolas. Un agua que no era sino la húmeda trampa que nos tendió a mi angélico espíritu y al de los míos.

Tened cuidado, mortales, guardaos de él, es una bestia perversa y demoniaca que se traviste de humano para actuar entre vosotros. Alejaos si alguna vez vieseis pasear su mala sombra por las salas de los nobles tribunales de vuestra justicia. Reconocedlo ataviado con toga parda y biliosas puñetas, emporcado con grasientos lamparones de esperma seca de leviatanes y costras del polvo del camino que transita de ida y vuelta hacia los infiernos, y embadurnado de los lodos con que se restriega, en señal de servidumbre a la más perversa secta que nunca haya habido en los avernos de la Tierra, bajo cuyas losas, aun claman justicia millones de víctimas a lo largo y ancho del Planeta.

No os confundáis, podréis olerlo de lejos, porque a Cara de Malo le apesta la boca. Un hedor que le precede varias millas. Estad atentos, pues su halitosis posee la misma peculiar pestilencia a muerte que desprenden los cadáveres con las carnes reventadas con gomadós y asadas con pólvora, napalm o gasolina.

Cara de Malo, como su villano, repugnante y grosero rostro muestra, es un ente satánico e inmoral, en igual medida que sus horribles actos, ligados eternamente a las fétidas y corruptas ventosidades de azufre que desprenden los criminales y verdugos a quienes sirve.

Cara de Malo, fue replicado y petrificado un día aquí por los antiguos artífices del gran Templo, entre el bestiario de esta santa Catedral, para mostrarlo a los justos advirtiéndolos con su vil estampa de fiscal, magistrado y juez de las tinieblas, el más perverso jamás habido en el inframundo, creado no por Dios, sino por el mismísimo arcángel Luzbel, aquel que preside en todo tiempo y lugar el gobierno del Mal, ese de quien dependen todas las fuerzas tenebrosas en las dictaduras en que habitan los demonios de cada república de los infiernos. Venid a liberarme y liberaos vosotros también de su injusto fuego torturador”.

Hasta aquí os puedo contar todo lo que tenía escrito esa hojita. Pero, como quedé algo sorprendido e intrigado, cuando salí a la tarde, me acerqué al mismo lugar con la intención de preguntar al mendigo si él había inventado aquello, pues como veis el relato es de veras imaginativo y posee una buena prosa. Jo, como si fuera mía.

No sé por qué pensé que el gachó, además de declamar así como de actor y tal, podría ser autor de algunas otras historias que me apetecería leer e incluso, si fuese así, aconsejarle que no desaprovechase ese talento suyo entre cartones de vino y demás. Jo, podría servirme de negro y hacerme alguna poesía pa quedar bien con mi novia…

Pero no estaba allí, Joer. En su lugar había un suplente astroso y desdentado. Le interrogué a propósito del paradero de su colega y no me quiso o no supo dar razón de él, ni aun depositando una moneda en su cestillo. Creo que me confundió con uno de la secreta que estuviera buscándolo por alguna fechoría, cuentas pendientes o cosa tal que así. Jo, qué me parezco un poli de esos tan cachas de las pelis…

Y me fui de allí con viento fresco más ancho que largo, vacilando como que llevaba una pipa colgá del sobaco, a buscar a la Chorbi, no sin antes fijarme y disparar una foto a aquella gárgola verdaderamente espeluznante que se hallaba en la cornisa alta, en la esquina justo encima del lugar de los mendigos… Vaya sitio tan asqueroso.




III


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Mientras caminaba a encontrarme con mi chatina, pensé que quizás lo inusualmente literario del extraño relato, tuviese más de alucinatorio que de virtuosismo mendicante, pues ya lo dijo un santo que los caminos del delírium trémens pueden ser inescrutables y, con esta gran reflexión mía, bobo y embelesado como un bizcocho con la nena me vi a las ocho en el sitio de costumbre. Jo, se la puso cara de tontita al verme así tan de guapetón y atracativo como yo soy. La tengo colaíta y muy pillá.

El caso es que antes de ayer, cuando aquello de la gárgola y el ángel ya me se había olvidado, tomando café en el bar de mi amigo Kuki, “el gitano”, agarré el periódico pa enterarme de las cosas del mundo, e voila, traía en primera página una noticia que en principio por sabida me resultó irrelevante. Daba cuenta de que finalmente el tribunal de pseudo-casación había interpretado y declarado solemnemente la inconstitucionalidad de la propia Constitución ¡Bien!

Ello suponía, según el redactor editorialista, el paso necesario y definitivo al nuevo régimen de progreso, que ya venía sustituyendo de facto a las viejas instituciones garantes de la igualdad y libertad que tanto mal y daño nos están causando. Vaya, me dije, si no fuese por esa chusma que nos reparte pordioseros para estropearnos el día…

Pero ¡Zas!, no sé por qué, de repente reconocí a la puta gárgola esa en la foto que publicaban del presidente de aquel tribunal para el juicio final, o sea, la madre del cordero de todos los juicios, que ahora abolía y derogaba todo lo anterior, incluso también su propia presidencia y tribunal por su inmediata obsolescencia, para cogerse una magistratura pontiplenipotenciaria, con el nombre de Candelejón I y bajo el lema de “Juez, Fiscal y Abogado, Uno y Trino”. Jo, así como que Dios es Cristo y una pichona también.

Sí ¡Coño!, era él, el vivo y mismísimo careto de Malo de la gárgola. Esa de la cual se predicaban todos los espantos en la breve historia que me entregó aquel infelice de nuestro barrio, y que Dios lo perdone.

¡Vaya tontería! Que ocurrencia.

Por cierto, para que lo sepáis, si he obtenido una buena nota en la ebau, ha sido por mí gran sapiencia. Del examen que nos pasó de extranjis nuestra profe, solo cayeron tres temas de los cinco. Que mala perra…, figuraos si me llego a fiar. Jo, es que sé más que los ratones coloraos.

Sí, qué os creíais, mi evaluación de bachillerato para el acceso a la universidad   me vale para ingresar en el grado trienal de derecho que me permitirá optar a una oposición a juez de paz provincial, según me ha comentado mi futuro suegro, que de esto se las conoce todas y maneja amistades que pueden echarnos una manita ¡Toma ya! Jo, es que yo lo valgo.

Quizás algún día, quien sabe… me dijo que podría entrar a formar parte de los SADYCOS. No, no pongáis esa cara…, ya sé que suena raro.

Jo, Qué no sabéis qué significa eso. Pues yo sí y de carrerilla: son las siglas de uno de los avances que entrarán en vigor con una nueva figura para unificar los anticuados y caducos protocolos del derecho que diferenciaba y repartía los papeles entre las partes, es decir, la que Sentencia, la que Acusa y la Defensa. A las que ahora, y como novedad copulativa, se añade la cuarta pata que le faltaba: el vicario y necesario Control Social del legislador. Jo, cómo me manejo ya en estas cosas. Yo, soy un tipo listo de pro, sé que me aguarda un grandísimo y sádico futuro.


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