EXPROPIAKUPACIÓN

F. Garrido • 27 de julio de 2024

EXPROPIAKUPACIÓN


© Fernando Garrido, 27, VII, 2024

 

A punto de cumplir un cuarto de lo que va de siglo, Europa cierra sus espacios a millones de automóviles que ya no tienen permitida la entrada en ciudades como Madrid, a la que se van sumando muchas otras.

Esto sucede a pesar de que esos autos cuentan con documentos en regla y son gravados con no menos de un millar euros/año por conceptos como: seguros, impuestos, tasas o sanciones municipales, inspecciones técnicas (ITV)... Cifra a la que se han de añadir más de un 80% de impuestos en el combustible y un 21% de IVA sobre facturas de repuestos, averías, peajes, estacionamiento, etcétera, etcétera.

Sus propietarios y conductores también están obligados a poseer una identidad concreta, un domicilio, un permiso, un certificado médico, así como conocer y respetar los cada vez más hipertrofiados códigos de circulación.

Son vehículos y usuarios condenados al desguace colectivo por las nuevas tablas de la ley que prescriben entregar todo a cambio de un aire que respirar al precio que nos marca el monopolio de la rueda irisada.





Pero ¡oh sorpresa! esa Europa restrictiva para con sus ciudadanos, abre las ciudades de par en par a miles y millones de almas menesterosas e indocumentadas.

Extraños sin patria declarada, sin identidad fiscal ni más fortuna, oficio e impedimenta que lo que llevan encima; si bien, con un celular de última generación, un día se hacen a la mar o toman un vuelo, invirtiendo una importante suma en la travesía -a veces arriesgada-, con la seguridad de amortizarla en apenas unos meses de subsidios y gratuidades en las repúblicas europeas de la gran Jauja, donde arriban merced a un reclamo solidario cuyo coste han de soportar las familias europeas, cada día más endeudadas, prisioneras del intervencionismo, el expolio fiscal del Estado y una inflación desbocada.

No se trata sólo de una invitación de las mafias asociadas a las oenegés, que operan simbióticas como proactivas y lucrativas agencias del tráfico de ilegales, sino también de los estados receptores y expendedores de migrantes, participes del negocio. Los de origen, especialmente se benefician al deshacerse de muchas bocas a alimentar, que de esa manera nunca emprenderán las revoluciones pendientes que sus países precisan para derrocar a los tiranos y salir de la pobreza y el subdesarrollo.



Así las cosas, nadie espere que el bienestar y la seguridad del europeo crezca pareja al de aquellos "sin papeles” procedentes de lugares donde el escaso respeto a la vida y las relaciones sociales se dirimen en cada caso médiate una mezcla de sharía, talión, códigos de honor y leyes de la selva. Rasgos éticos y culturales a los que no suelen renunciar fuera de sus hábitats de origen.

Ahora bien, el perverso y estéril debate recurrente sobre el fenómeno de la inmigración ilegal sucede porque precisa y redundantemente es ILEGAL.

Bastaría tener esto presente para tapar la boca a todos los políticos irresponsables que se emplean en justificar con mil argucias retóricas cualquier delito o vulneración de la ley con tal de que lo estimen estratégicamente útil a sus codiciosos propósitos de poder hacia el infinito.




Pero volviendo al buscado “gran problema” la solución está ahí, dada y aplicada hace milenios, cuando desde el primer momento de la fundación de cada aldea, cada villa, cada ciudad estado, cada república, nación e imperio, las dotaron de marcas, límites y murallas sujetas a unas normas.

En definitiva, fronteras cuyas líneas, muros y puertas fueron tan sagradas como para asignarles divinidades protectoras, pero, aunque creyentes o menos, aquellos antepasados nuestros no eran tan estúpidos como para no poner medios materiales en su defensa.

Es insólito que hoy los estados supuestamente soberanos y aconfesionales, con ejércitos profesionales e instrumentos tierra, mar y aire muy avanzados, no sean capaces de defender, siquiera disuasoriamente, nuestras aguas y territorios insulares o continentales, y en su lugar se apele embrollos pseudo-religiosos para soslayar el verdadero y único principio que ha de regir en un estado democrático: el imperio de la ley.




Apelar a los derechos humanos para justificar la violación sistemática y organizada de fronteras soberanas es hacer saltar en pedazos los marcos de convivencia pactados.

Y, por otra parte, la solidaridad o caridad obligatoria es la imposición de una nueva religión de estado que creíamos de otras épocas y latitudes, o aún peor, porque hasta hace no mucho podías ser pio o pecador, pero libre de serlo. Se trataba de una caridad voluntaria en que la mano derecha no debía saber nada de la izquierda, y el premio o castigo (cielo e infierno) se situaban a extramuros de la vida. Hoy sin embargo hemos de aceptar ser, no sólo el sujeto, sino el objeto pasivo u óbolo caritativo.

Así, lo cierto es que vivimos en una Europa confesionalmente Woke -verde por fuera, roja por dentro- en que las élites políticas improductivas se invisten de legislador moral, que conjuran y nos someten a un “progreso” consistente en quitárnoslo todo y apartarnos de ese “vicio” humano de poseer algo en propiedad (libertad).




En ese proceso, las restricciones impuestas al coche, a la vivienda, a la industria, agricultura y ganadería…, son formas de expropiación. Así como las migraciones ilegales representan, a gran escala, la okupación, usurpación e invasión de la propiedad o patrimonio colectivo de nuestra sociedad, el material e inmaterial, creado con el esfuerzo de siglos y generaciones. Una civilización que necesitó en su caminar no solo del arte, la ciencia y la filosofía, sino del sufrimiento en la guerra para defender sus principios e ideas, sus fronteras y territorios.


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