LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE FRANK Y SER DE COPENHAGUE

F. GARRIDO • 29 de enero de 2022

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE FRANK Y SER DE COPENHAGUE


© Fernando Garrido, 29, I, 2022


Wild Frank o Frank de la jungla, Anna Frank, Francisco Franco, Frank Sinatra, el toledano y afamado peluquero Frann, San Francisco de Asís, varios Papas de Roma, el doctor y el monstruo Fankestein, como también el así llamado gobierno de España, son identidades homónimas, conocidas en sus respectivos ámbitos.

Pero quién se acuerda mi querido profesor Frank, aquel que con su ingenio nos hizo sonreír y disfrutar a muchos de los que nacimos en el pasado siglo y tuvimos ocasión de trajinar el entrañable TBO.


Para quien no lo haya conocido, les diré que el TBO fue una revista de humor gráfico para todos los públicos que, publicada periódicamente entre los años 1917 y 1998, fue un referente entre las pioneras del cómic hispano. Tanto fue así, que su nombre de cabecera fue identificado con el todo, adoptándose en castellano el vocablo “TeBeO” como nombre genérico de esa particular manera de narración cómica, o no, que se sirve de viñetas ilustradas con bocadillos textuales, para desplegar la trama y argumentos de sus relatos llamados historietas.

De entre todas aquellas sagas que aparecían en el TBO (la familia Ulises, Josechu “el Vasco”, Altamiro de la Cueva, etc.), existía una que siempre llamaba particularmente la atención. Se titulaba “Los Grandes Inventos del TBO”.

El carácter humorístico de dicha sección contenía una divertida y sutil crítica a las pretensiones científicas y la vacuidad del esforzado quehacer humano. Una burla que en última instancia remite en cierto modo a los “vánitas” pictóricos o a mitos clásicos como el de Sísifo, Ícaro, Hércules, Faetón, Dédalo y tantos más.

Su protagonista, el profesor Frank de Copenhague presentaba, en cada entrega del TBO, extravagantes invenciones que implicaban todo un despliegue excesivo, superfluo y alambicado de mecanismos insólitos, para conseguir un resultado simplísimo y banal.



En definitiva, cada invento suponía un aparatoso despilfarro para conseguir un fin muy simple o imposible y disparatado, que de otro modo no requeriría necesidad, ni mayor esfuerzo. Además, por añadidura, en la figura del profesor se parodiaba el prestigio que siempre ha tenido aquí lo exógeno, atendiendo al hecho de que el singular científico viniera nada más y nada menos que de la lejana ciudad danesa de Copenhague.


El motivo de traer aquí esta retahíla de nostálgicas vivencias, es que se nos antoja que los inventos del TBO no acabaron con la desaparición de aquella histórica y octogenaria publicación.

Actualmente podemos asistir cada día, con pavorosa hilaridad, a algo no muy distinto asomándonos a los medios, llamados de comunicación, donde son publicados por decenas inventos similarmente estrafalarios, firmados por doctores no menos extravagantes que el de Copenhague.

El carismático y encantador profesor Frank, tiene hoy una legión de aventajados émulos localizados en remotos lugares del globomundo. Su nombre, de común, queda en el anonimato formando parte indiferenciada de órganos colegiados de ectoplasmas, llamados “comités” o “consejo de expertos” al servicio del poder. Desde sus ilocalizables gabinetes, lanzan invenciones que son puestas en práctica por gobiernos y naciones, según las urgencias políticas cotidianas del apocalipsis que toque airear.

El gran momentazo estelar de este fenómeno ha sido y está siendo, cómo no, la pandemia, que ha desplazado del foco principal a la indiscutible e indiscutida saga del cambio climático.



Cada nueva invención/remedio a un problema dado, es sometido a una mediática convalidación pública, sin la cual no cobra realidad ni el problema ni la solución. En general, es característico que primero se cree el remedio y después se busque su necesidad y justificación. Es un método artificioso e inversamente científico. En este ámbito creativo, que pone a prueba la pura imaginación, el experto de hoy como el dibujante del tebeo de antaño, son artistas solidarios. Aunque el uno ha de hacer reír, y el otro debe parecer serio para seducir a la audiencia que habrá de formar parte entusiasta y como sujeto paciente, del experimento.


Pongamos de ejemplo un invento creado para una necesidad de orden político al servicio del bloque de poder gubernamental. El artificio consistió en organizar el 8 de marzo de 2019, manifestaciones masivas (feministas) para deslegitimar y atacar a la oposición liberal conservadora, incluidas las féminas pertenecientes a ese espectro ideológico y otras que no. La necesidad inventada se concretaba en la urgencia de igualdad a toda costa y la acuciante amenaza de fobias, violencia y asesinato de mujeres o del colectivo LGTBI, que se expresaba con eslóganes singulares como, “abolición del heteropatriarcado y la prostitución”, “hermana, yo sí te creo”, “tod@s a la calle porque nos están matando, nos va la vida en ello”, “queremos volver a casa borrachas, solas y sin daño”.

En fin, creo que el hecho de llegar a casa con una tajá como un piano, es en sí mismo ya un daño considerable.

Pero no quedaba ahí la auto lesión, o en algunos casos la inmolación, porque la realidad es que teníamos un virus mortífero circulando, y se sabía. Pero la aparatosa maquinaria retórica y pseudocientífica del gabinete del doctor SNCHZ&Frankestein –donde verdaderamente se inventó el nuevo negacionismo-, se articuló con la negación de esa realidad en términos declarativos como: “no existe peligro, y si acaso serán unos pocos casos sin importancia”; y después la justificación preventiva apelando al mal menor: “el machismo [que es siempre y obligatoriamente de derechas] mata más que el coronavirus” ¡Con un par…!

El resultado fue que la encantada muchedumbre se fue para casa infectada -quizá también ebria- y una semanita después: cientos de miles de contagios, hospitales colapsados y muchísimos, muchísimos muertos. He ahí el insólito mecanismo para conseguir nada y menos, con un coste incalculablemente inmenso.

En lugar de esgrimir argumentos racionales y posibles dentro del debate científico, político, académico o parlamentario, se inventan artefactos similares a aquellos del profesor Frank que, accionados por un chucho que queriendo atrapar un filete, activa una barbaridad de chismes y resortes inverosímiles, cuya finalidad es sorprender, entretener y divertir al público.

Recordemos también, por ejemplo, las balas ¿auto-remitidas? a políticos antes de las elecciones de Madrid y tantas otras audacias como negar la utilidad de la mascarilla, y luego hacerla obligatoria; los confinamientos, aerosoles, gutículas, hidrogeles, distancia social, territorio perimetrado, incidencia acumulada, palmeros a las 8, cierre hostelero, servicios esenciales, pe-ce-erres, eres, ertes, inertes; resiliencia, “lo hemos derrotado, salimos más fuertes, os he salvado; Madrid mata, bomba vírica”, toque de queda, multas, controles, sanciones… quiebra, paro, desempleo, colas del hambre… Impuestos, carestía, inflación, desabastecimiento. Quién da más invento/mecanismo para solucionar poco o nada.

Y qué decir de las vacunas: en mayo inmunizaba al 95%; en  junio al 75%; en julio al 50%; en agosto, inmuniza poco, pero reduce la transmisión; en septiembre no reduce la transmisión, pero frena casos graves; en octubre, reduce poco los casos graves, pero no pasas por la UCI; en noviembre, no impide el paso por la UCI, pero te mueres menos si te pones varias, y en diciembre, te mueres con tres banderillas, pero das la vuelta al ruedo con ovación y vas al paraíso de los vacunados, con honores de Estado por haber sido obediente y resiliente.



Aparte de algunas creaciones motivadas por una gigantesca estupidez y torpeza política, prestando atención, podremos identificar una suculenta colección de inventos cuya finalidad maquiavélica no está en la consecución de un objetivo serio y racional, sino que el fin es precisamente activar la maquinaria con espuria motivación: hacer como que se hace, estrategias de embeleco, despiste u ocultación, llevarse por delante al adversario, mover piezas de ahí para allá, justificar clientelismos, corruptelas, etcétera, etcétera.


Hemos asistido en los últimos dos años a demasiados inventos que ponen de relieve la fatuidad, inconsistencia o ineficacia de fines perseguidos a base de mecanismos excesivos, disparatados, aparentemente científicos, que no venían a solucionar sino nimiedades, pero que articulan un ingente e indiscriminado aparato de medios que, por ser costosísimos, indecentes e ilegales, deben quedar despistados entre el artificio. Inventos que ya se pusieron al servicio de propósitos totalitarios en la Alemania del III Reich, o el comunismo criminal de la URS, China, Cuba… Regímenes que tanto se reivindican abiertamente desde el conglomerado bastardo del bloque de poder, apelando a la necesidad de implantar de su mano, de una vez, una “democracia plena”. Ese, nos dicen, ser su fin. Una democracia trufada de viñetas con mecanismos contradictorios en sí mismos y entre sí, tales como el feminismo radical, el ecologismo y animalismo dogmático, los identitarismos territoriales, étnicos, raciales y sexuales, el colectivismo expropiatorio, la igualdad por abajo, el estatalismo totalizador, la matria plurinacional, el transumanismo volitivo y científico, el bienestar universal infinito y gratuito, la paz perpetua, abolición del capitalismo liberal, desaparición de los ejércitos o del dinero efectivo, el materialismo y revisionismo histórico, etcétera, etcétera.



En suma, en esa "plenitud democrática" cabe todo cuanto es imposible e incompatible si no se rompe la conexión con la realidad, enchufándose a un mundo ilusorio, tal como el del tebeo.

La importancia de llamarse Frank, o Ernesto como en la comedia de Wilde, puede ser una estrategia para seducir a una amada caprichosa o satisfacer la apariencia de sensatez, honorabilidad o cientifismo. La importancia de llamarse Democracia, para quienes pretenden otra cosa, también lo es.





Yo Quiero un TBO · Versión de Paco Clavel en "Las Perversiones de Paco Clavel", ℗ 2021 Lemuria Music.

Versión original compuesta en 1929 por Francisco Codoñer y Mercedes Belenguer; interpretada por Pepita Ramos "La Goyita", Polydor (1930).

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