SAN ILDEFONSO Y LA MADONNA DEL CENCERRO

H. Steppenwolf • 25 de enero de 2022

SAN ILDEFONSO Y LA MADONNA DEL CENCERRO


© H. Steppenwolf, 25, I, 2022


A juzgar por el ambiente que se vive, tengo la sospecha de que la festividad de San Ildefonso ha dejado de ser para el toledano siquiera día para ir de rebajas a nuestra vecina y castellana hermana, Madrid.

Quizás ya tenemos en Toledo demasiadas quitas y rebajones de calidad de vida, y cuitas con una fiscalidad municipal y regional arrebatadora, que se nos merienda toda capacidad adquisitiva en medio de una constante subida de precios.


También, como era de esperar, nos hemos encontrado una paupérrima celebración del Santo Patrono. Pero según las cosas, mejor así, porque ya se sabe la recurrente querencia al espanto de cegadoras luminarias y estruendosas batucadas con que, de unos años a esta parte, se celebran las cosas aquí.

Más complace ver la cuidad con su otrora natural sobriedad castellana, en silencio y a la luz del sol o de la luna junto a sus farolas, antes que con el carnavalesco disfraz de artificios leds y demás espectáculo epifánico de pane et circenses, oficiado ante las cámaras por esa vedette del trampantojo a la que ya le huele el alerón de plumas a elecciones. En realidad, se encuentra en modo propaganda desde el día en que celebró el nuevo triunfo para cuatro añitos más de frívola inanidad.

La celebración ildefolsina del patrón del pasado 23 de enero, se concretó en un acto de entrega de “medallas de oro” de hijos predilectos de la Ciudad.

Como de costumbre fue una ceremonia de veleidades declarativas, de astracanada provinciana, y sobre todo de teleología gráfica, o dicho de otro modo, elevación de lo anecdótico a categoría, porque la foto es lo que importa.

Debo señalar con perplejidad, que las medallas de hijos predilectos a tres fallecidos, denota que fue su muerte lo que les adornó más que otra cosa. No lo digo yo, sino que no se entiende poner medallas póstumas a no ser por la negligencia de no haberlo hecho en vida. Pero sospecho que no era eso. Que no había para tanto mérito; salvo el hecho de cumplir en el plano escatológico con la clientelar logia toledanoplanista.

Por su parte, el galardón a los vivos fue de traca. Ya no saben qué inventar y se operó el Milagro.

Van y le dan la Medalla -para no regañar- a “todos y a todas las toledanas y los toledanos”. La distinción fue recogida por “un niño y una niña, toledano y toledana”, muy tierno, muy tierna, muy chipi-chupi-guay, muy igualitario, muy inclusivo; pero muy, muy vacío y vacía. Qué memez, no se ha visto cosa igual, qué solemne ñoñería.

Dicen que el merecimiento se debe al buen comportamiento y docilidad de los toledanos y toledanas durante la plandemia. ¡Toma si no! cachiporrazo y tente tieso: la policía y el ejército en las calles, la megafonía y los medios aterrorizando al personal, la amenaza de sanción o de que si no obedeces eres un mal ciudadano, y además te vas a morir por lo civil o por lo sanitario.

 

Por mi parte rechazo y devuelvo solidariamente mi cachito de tan estúpida medalla, por indignante e impropia su motivación.

No sé si me he perdido algo, si soy yo el desorientado o es mi derrededor que ha enloquecido. Según mi modesto entendimiento, la medalla de hijo predilecto la otorga la Ciudad de Toledo por excelencia, a quienes poseen algún mérito extraordinario por su labor o actividad. También tengo entendido que la Cuidad, como ente vivo, no es otra cosa que el conjunto de sus ciudadanos.

Cáspita, me hacen dudar a estas alturas de que así sea. Si no, díganme por qué la Ciudad se nombra hijo predilecto de sí mismo.

Pero no, no es ese el total de lo sucedido. Nos han dado el cambiazo, nos han robado el título de toledanos; porque ahora la Ciudad es Ella, esa alcaldía del gesto y nada más, transmutada en Ciudad. Una madre nutricia, divina de la muerte, endiosada y resiliete, una santísima y palomera trinidad de inclusividad, igualdad y sostenibilidad.

En Toledo por San Ildefonso, se ha operado de nuevo el Milagro mil quinientos años después. Un milagro efectivo y conceptual. Se nos apareció la Madonna del Cencerro, como la Virgen a Ildefonso, y nos puso, no la casulla, sino la medalla de hijos amantísimos.

Gracias alcaldesa, está usted sembrá como una fútil coliflor pocha, regada con pacharán, en un tiesto damasquinado.

Ya no sabe qué hacer para darle gusto a su cuerpo Macarena, y gobierna por el arte que inventaron los que el vulgar aplauso pretendieron, porque, como sus vanidades la paga el toledano sieso, es justo honrar al necio para darle gusto.

Y por si no se dieron cuenta, si todos los toledanos tenemos la medalla, de aquí en adelante sólo podremos nombrar hijo predilecto al foráneo, aunque algún día salga de entre nos un nuevo Garcilaso, un Azarquiel, o un Alfonso X.

Si nos dieron la Medallita a todo quisqui, es porque Ella, la más bella del espejito milagrero, se la quiso conceder a sí misma, para no esperar a que quizás nadie se acuerde de Ella cuando esté muerta en el limbo progresista, junto a su amado SNCHZ.

Muerta sí que ya está, pero de risa, a costa de una sociedad toledana que, para dormir cuenta borreguitos, y para vivir los imita. Una sociedad que no le pide cuentas por la impresentable gestión y estropicio que viene haciendo en una Ciudad convertida en un camposanto.

Ahí están las antipáticas cifras poblacionales, de movilidad, de empleo, de envejecimiento, de actividad económica, y de todo lo demás, para comprobar que el pulso de Toledo está de extremaunción. No sé si tal vez en un “Compro Oro” nos darían algo de propina a cambio de esas falsas ochenta mil medallitas.


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