LAS PUERTAS DE BURGOS: ARTE VERSUS ARTESANÍA

F. Garrido • 16 de noviembre de 2025

LAS PUERTAS DE BURGOS

En continuidad y salto retrospectivo con el artículo Adivina Adivinanza, publicado ayer (15, XI, 25), rescato hoy otro muy anterior de corte más técnico o, si se quiere, de carácter crítico y analítico, que redactaba a finales del invierno de 2021, bajo el título, Las puertas de Burgos: arte versus artesanía, que versaba sobre el mismo asunto y fue publicado en otro medio (elnoticiero.es), en aquellas fechas iniciales, cuando irrumpió la desafortunada polémica en torno a las nuevas puertas para la fachada de Santa María de la Catedral de Burgos. He creído oportuno traerlo aquí ahora, ya que seguramente resultará clarificador en este momento que, concluidas definitivamente las piezas de bronce, llegarán a Burgos a final de mes, y con ello parece comenzar a resolverse las enjundias a propósito de algunas cuestiones fundamentales que han rodeado al proyecto y su consecución.


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LAS PUERTAS DE BURGOS: ARTE VERSUS ARTESANÍA

 

© Fernando Garrido, 2, IV, 2021

Técnico superior en gestión e investigación de patrimonio

 

Una vez vista la reciente y realista simulación gráfica de las nuevas puertas para la fachada de Santa María de la Catedral de Burgos, creo despejada la incertidumbre que albergábamos acerca de su encaje estético en el conjunto. Pero la oposición de un colectivo burgalés a la creación de Antonio López, pone en peligro la colocación de la obra, y se está a unos centímetros de cometer, por lo civil o por lo patrimonial, un aparatoso error, que quizás no tenga vuelta atrás. La reacción al proyecto inserto en la conmemoración del VIII centenario de la Catedral, viene sostenida por un agregado de personajes, que dan la impresión de tener alguna querella pendiente con el Arte, con la Iglesia, la Fortuna, las castas locales…, o vaya a saberse con el qué y con el quién. Su campaña ha consistido en una recogida de firmas, algún agresivo, estrafalario y no menos extravagante manifiesto y, sobre todo: introducir la cuestión en los medios de comunicación, haciendo que surja la división y discordia en la sociedad e instituciones. Lo cierto es que los argumentos que lanzan, son dispares y no voy a entrar aquí a exponerlos; ya se encargan ellos… Pero básicamente responden, de un lado a un discurso inmovilista de corte asambleario y populista, como lo es su pretendido derecho a decidir de todos y en todo…, aun también de lo que no se sabe. Y de otro lado, a exprimir la normativa sobre patrimonio histórico-artístico, apelando a la más reaccionaria ortodoxia en la materia.

Hasta ahora, personalmente y por escrito, había manifestado dudas razonables acerca de cuál pudiera ser el resultado final, sobre todo, y creo que eso es lo importante, porque las portadas que tenemos hoy a la vista son un desafortunado añadido de fines del siglo XVIII. La historia creo que es bien conocida: las portadas góticas, por presentar un estado de deterioro importante, en vez de restaurarse, fueron desmanteladas sin contar con la aprobación de la Real Academia de San Fernando, órgano que regía entonces las actuaciones en esa materia; pero, aunque se paralizaron las obras por un tiempo, finalmente se acabó (no sin polémica) por colocar el pastiche neoclasicista que desbarató la armonía y coherencia del conjunto gótico. Ahí es, precisamente, donde se encuentra el pecado original que mancha la venerable fachada oeste.

Resulta evidente que la amanerada cuña neoclásica, embutida bajo la ojiva central de la portada de Santa María, es un caso paradigmático de un dialogo fallido con el estilo dominante en la fachada. Pero más allá de que se expresen en distinto idioma y la natural disonancia entre la letra gótica y los caracteres clasicistas, lo grave es que estos últimos se escribieron con rara caligrafía y no pocos borrones, convirtiendo la página en una suerte de palimpsesto de Babel. El resultado estético es extraño y ésta es una consideración generalizada desde el mismo momento en que se terminaron las obras, que tuvieron su colofón en 1805, ya contando con las hojas de madera de olmo realizadas por los hermanos Baztigueta, que es lo único que ahora sería sustituido.

No obstante, se debe tener en cuenta que la adición de nuevos elementos según los estilos de cada época, ha sido una constante en las catedrales españolas. Eso las ha hecho más ricas y variadas, hasta convertirlas en una muestra estilística única donde es posible leer las páginas de un milenio de historia del arte occidental. Casi siempre los mejores artistas, autóctonos o venidos de toda Europa, fueron artífices de esa monumental summa artis. De no haber sido así, hoy no contemplaríamos las magníficas agujas flamígeras de Juan de Colonia añadidas en el siglo XV, ni la escalera renacentista del XVI, creada por Diego Siloé, ni tantas otras creaciones de primer nivel.

Antonio López, si la absurda intransigencia provinciana no lo impide, será uno de ellos, y a no tardar las puertas aparecerán en las publicaciones de arte como uno de los hitos significativos de la Catedral. Pero, aunque es probable que continúe habiendo detractores durante tiempo, recordemos aquel aforismo que advierte, que hablen, que hablen, incluso si es por bien.

Como decía, en el caso de las puertas de la fachada de Santa María, creo que el problema no reside en la suma de notas artísticas, que sin dudarlo la han enriquecido extraordinariamente, sino en la falta de claridad y calidad artística del añadido del siglo XVIII y su engarce e integración con el resto. A pesar de ello, ahí está como muestra de la evolución biológica-monumental del Templo y forma parte de su dives estilística.

El análisis y debate sobre las actuales puertas de madera, ha de partir de esa realidad, pero además se ha de tener presente que se está hablando de sustituir un elemento de menor importancia, de un maderamen de cuarterones con herrajes; un dispositivo exento de un valor artístico relevante, cuya función primordial es posibilitar el acceso. Quiero decir con esto que es un trabajo de ebanistería en que se insertan otras piezas decorativas, que en conjunto no poseen ni mucho menos la categoría de obra artística, sino en todo caso la de buenas piezas de artesanía, nada otro.

Creo que esto es importante, porque se está considerando implícita y equivocadamente a esas puertas como algo singular. Las nuevas puertas, son, sin embargo, producto de una reflexión intelectual, estética y diría que teológica, cuya materialidad aparece plasmada en piezas únicas de nobilísimo material, el bronce, que desde la antigüedad ha sido fundido para alumbrar buena parte del mejor legado escultórico. Además, la ocasión supone la incorporación de una creación artística de alto nivel, cosa que no sucede en la Catedral de Burgos desde hace siglos.

No se debe tampoco obviar que Antonio López es uno de los artistas españoles contemporáneos más apreciados, y por su avanzada edad y otras circunstancias, no es fácil que acepte cualquier encargo; pero el crear las puertas de la Catedral es desde luego un privilegio para ambas partes.

La simulación que finalmente hemos podido ver, con el aspecto broncíneo casi real de las puertas y su efecto en la fachada, es elocuente. Es una gran obra que, ahora sí, entabla ese deseable y necesario diálogo entre los distintos elementos circundantes, añadiendo a la plaza una renovada, inusitada y gigante espectacularidad, impregnada de un misticismo ausente hasta el momento en la fría y chocante conjunción gótico-neoclásica preexistente.




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