JARDÍN SIN FLORES
JARDÍN SIN FLORES
© Fernando Garrido, 22, XII, 2025
Se oye decir a menudo, a quienes se les supone de otra cuerda distinta, que el partido socialista es necesario en nuestra democracia. Por eso se lamentan cada vez que lo ven camino de un precipicio. La verdad, no sé qué se tomaron para sentirlo así, sobre todo y teniendo en cuenta que nuestro sistema es una democracia liberal y cualquier tipo de socialismo no lo es, así como ciertos tipos de conservadurismo tampoco.
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Por tanto, incluso en sus versiones más
soft o domesticadas, siempre suponen un elemento, como mínimo, perturbador y disolvente de lo que viene a ser, o debiera de ser, el liberalismo, esto es, la garantía de libertad, bien entendida, por encima de cualquier otra consideración política.

Así pues, la natural tendencia del socialismo infiltrado y sus tontos útiles conservadores, conduce invariablemente a la quiebra y colapso de las libertades. Esto es lo que viene sucediendo en España desde los años 80, década en la que precisamente llega al poder el partido socialista. Hasta esa fecha en España se dictaban al año por conjunto unas tres mil normas administrativas, frente a las doce mil que se imponen actualmente cada año. Es decir, se aprueban diariamente más de treinta leyes o normas, cada una de las cuales lleva asociado un mordisco a las libertades, bienes y patrimonio de los ciudadanos. En definitiva, un expolio normalizado e hipertrófico inspirado por la ideología anti liberal que algunos presuntos opositores consideran tan necesaria. Pero la realidad de Occidente es que las democracias liberales están sufriendo un proceso opaco de conversión hacia un sistema socialista.

Esto es lógico cuando en una democracia liberal no existen liberales, como es el caso, al menos en España, donde no se conoce partido que nominalmente siquiera se declare liberal, aunque entre sus filas aparezca de allá para cuando un verso o parrafada suelta (léase, Iván, Cayetana, Isabel o Esperanza..., y paren de contar).

Ayer el socialismo extremo se despeñó en Extremadura, no así su ala más ultra y pluscuanperfecta, que creció arrebañándolo cuatro escaños. Un festín de carroña del que el Partido Popular (convocante y anfitrión del evento) sólo logra hacerse con un escaño adicional, aunque su gran adversario, Vox, resultó ser el gran comensal con seis diputados más que hace dos años. Con todo, la suma socialista (PSOE y comunistas) arroja una cifra total inferior a los Populares, que para revalidar presidenta sólo necesitarían la abstención de Vox. Poca cosa para quien organizó comicios precisamente a fin de liberarse de su derecha. En cualquier caso, sin liberales no esperemos sino ese conservacionismo del legado socialista, aquel que consideran imprescindible quienes, no siendo, a mayores anhelan serlo. Porque a ninguno de ellos siquiera se les escucha la intención de restaurar los sacros principios liberales, no intervencionistas, espacio donde saben que peligra su capacidad omnímoda y opípara de ejercer el poder legislando contra todo lo que se mueva.

Las doce mil normas evacuadas este año que termina, entre regulaciones estatales, autonómicas y locales, demuestran la deriva liberticida que todos, todos, promueven y en la que nos vemos atrapados, porque una democracia liberal sin liberales es un fingido jardín, sin flores, donde se siegan las libertades y se nos podan los bienes.









