LE MÉPRIS DE BARDDOT
LE MÉPRIS DE LA BARDDOT
© Fernando Garrido, 29, XII, 2025
El cine, dijo Andre Bazin, sustituye nuestra mirada por un mundo más en armonía con nuestros deseos. “El Desprecio” es una historia de ese mundo.
Puede escuchar este artículo haciendo clic abajo
Así, con esta reflexión comenzaba la cinta (1963) de ese mismo título, con un prosaico, pero para mí genial e inolvidable, plano secuencia donde una actriz (Giorgia Moll) camina leyendo un guion, acompañada en escena por el equipo de rodaje que avanza hacia el espectador por una calle desierta, abandonada, de Cinecittá, mientras un narrador lacónico recita en of los créditos de la película:
“Basado en la novela de Alberto Moravia. Están, Brigite Barddot y Michel Piccoli (...) y Fritz Lang (...) Georges Delerue escribió la música (...) Es una película de Jean-Luc Godard” .
La secuencia terminaba con el operador enfocando la cámara en primer plano hacia nosotros, para advertirnos que toma el mando de nuestra percepción del mundo ante esa pantalla, que nos la embarga, mientras dure la proyección. La secuencia es un breve prólogo teórico y filosófico de la nueva concepción del séptimo arte que proponen Godard y sus compañeros de la llamada Nouvelle Bag. Una nueva ola de cineastas que, grosso modo, vino a romper con los preceptos del cine clásico de Hollywood.

Un film muy interesante al que acudí llevado de la mano de mi amigo y extraordinario profesor o, mejor, mi maestro de cine, David Bruni.
Es en esta película donde descubrí algo más de ese cine que sustituye nuestra mirada, en este caso hacia las mujeres vistas a través de una voluble Camille (B. Barddot), que nos invita a desear, a amarla, a la vez que desprecia a ese amor, tornándolo en confuso desamor.

Existen, efectivamente, muchas otras lecturas, intenciones y reflexiones más o menos superficiales o profundas en Le Mépris. Una película que hoy seguramente resulte algo extraña, también por eso recomendable, aunque sólo fuese por contemplar a una Barddot posiblemente en su mejor instante, casi interpretándose (como el propio Fritz Lang) a sí misma, en toda su belleza esencial, origen y objeto de su particular imagen, al tiempo que la fragilidad caprichosa de un Ser eternamente femenino.

Un carácter existencial, magníficamente desplegado en este film, que encaja perfectamente con las apreciaciones de Gasset, José Ortega, en cuanto a las diferencias y tensiones entre el Ser del varón y el de la mujer, a cuyo propósito escribía,
“la mujer vive en perpetuo crepúsculo; no sabe bien si quiere o si no quiere, si hará o no hará, si se arrepiente o no se arrepiente. Dentro de la mujer no hay mediodía ni medianoche: es crepuscular. Por eso es constitutivamente secreta. No porque no declare lo que siente y le pasa, sino porque normalmente no podría decirlo. Es para ella también un secreto. Esto proporciona a la mujer la suavidad de formas que posee su «alma» (...) Frente a las aristas del varón, la intimidad de la mujer parece poseer sólo delicadas curvas. La confusión, como la nube, tiene formas redondas. A ello corresponde que en el cuerpo de la mujer la carne tienda siempre a finísimas curvaturas, que es lo que los italianos llaman
morbideza”.

Tal cual, no se puede expresar mejor.
Así fue y vimos a la Barddot, confusa, mórbida, bella, elíptica, despreciativa...
Que el celuloide combustible le sea eternamente leve.










