CAFÉ PARNASO
CAFÉ PARNASO
Relato epistolar
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© Fernando Garrido, 2025
Estimada Sofía, te escribo estas líneas en pobres servilletas de papel reciclado, desde la desesperanza que planea sobre esta taza de café ya templado, sin azúcar, que me sirven por costumbre a las cuatro de la tarde en el Parnaso, castizo bar de la esquina bífida donde cada tarde vuelvo a experimentar la fatal e intensa tentación de marcharme sin pagar, sólo con el venial propósito de alterar la rutina, de sacudírmela, viéndome expuesto a ser descubierto infraganti en el disimulo. Y así, premeditadamente, abochornarme de ello, inventar cualquier excusa y no volver más a ese lugar, del cual no podría desapegarme si no fuese por un asunto asaz turbador, tan estúpidamente sucio como marcarse un simpa implicando un par de monedas, sin tener necesidad pecuniaria alguna, sino la urgente satisfacción de eludir esa cita diaria y cancelarla por vergüenza hacia uno mismo, despreciando la grandeza, ahogándola en minucias de pícaro impostor en una desesperada huida de los tediosos días tranquilos, equilibrados, sin sobresaltos, porque precisamente se anuncian tan espantosos que inquietantes, víspera de cualquier desastre por venir, acaso el mayor de ellos.

Querida Consuelo, por lo demás, a pesar de que ahora los días soleados se sucedan también tras el reciente estío, hemos llegado a este veroño con la ansiedad del estudiante que ha de someterse a un examen, sin haber tomado ni un apunte, ni disponer del libro donde estudiar la materia a la cual no se ha asistido ni una sola vez. Es tal que esa la sensación que recibo de cuanto me esfuerzo por comprender los alrededores y suburbios de mi traje de temporada que inevitablemente arroja sombras movientes, pendulares, sobre mis pies, siempre calzados con los pensamientos a donde nunca me conducirán por éstas empedradas calles de tormento cotidiano, calcinadas por tórridas angustias del pasado sin el menor olvido.

A pesar, amada Esperanza, hoy nos anuncian que se retrasarán todos esos relojes de nuestro mundo, donde ya no nos aguarda ninguna hora final, porque el tiempo se expande mientras que las tacitas de café servidas a las cuatro de la tarde desaparecen del diario de sesiones de los cafeses que se tomaban ayer a las cuatro y cuarto para, burlones, anotarse en la virtual agenda de las tres y pico, tras el meridiano. Así, mudable, transita el sugestivo poder horario equinoccial que persuade la fe del hombre científico sobre el soberano proceder de sus objetos cotidianos.

Ahora, hoy, con divergente huso de agujas, quizás ensayaré a fallar de nuevo en este anfibológico, bilateral, cálido y necesario café-bar que habrá de estar siempre en la esquina de cada ciudad. Íntimo Parnaso de donde quisiera marcharme de extranjis, sin pagar. Pero que tal vez nunca me atraparán porque, sin culpa, estoy inexorablemente condenado a regresar para poner mi cabal moneda en el tozudo platillo de los deseos.
Sin más, admirada Remedios, recibe un hasta pronto.
Tuyo










