CUANDO "CAPITALISMO" YA NO SIGNIFICA NADA
CUANDO "CAPITALISMO" YA NO SIGNIFICA NADA
una crítica epistemológica a Clara E. Mattei
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Ignacio Rubio Landaluce, 2025
La historiadora Clara E. Mattei ha despertado entusiasmo en ciertos círculos al sostener que la austeridad no es una necesidad técnica, sino una herramienta de poder. Pero su tesis presenta un problema de base: ¿qué entiende Mattei por "capitalismo"? Su negativa a definir el término con claridad socava la coherencia de su propuesta y revela una intención ideológica que impide el debate honesto.
En los debates públicos, y especialmente en los académicos, hay algo más importante que la elocuencia o el carisma: la precisión conceptual. Cuando un autor elige no definir los términos fundamentales de su tesis, incurre en una forma de fraude intelectual, sea o no consciente de ello. Esto es particularmente grave en disciplinas como la economía política, donde los conceptos están cargados de historia, ideología y consecuencias reales.
La obra de Clara E. Mattei, el orden del capital, se inscribe en esa categoría. En ella, la autora sostiene que las políticas de austeridad adoptadas tras las grandes crisis económicas del siglo XX no fueron soluciones técnicas ni errores de diagnóstico, sino instrumentos deliberados para reprimir las demandas de transformación social y salvaguardar el "orden capitalista". Hasta aquí, su tesis es sugerente. El problema es que nunca define con precisión qué entiende por "capitalismo".

El lector avezado pronto descubre que, bajo el término "capitalismo", Mattei incluye realidades tan disímiles como el liberalismo clásico, la planificación keynesiana, el fascismo corporativista y la tecnocracia monetarista. Todo cabe bajo ese paraguas, desde que haya propiedad privada hasta que el Estado reprima huelgas. Pero si el capitalismo puede ser cualquier cosa, entonces ya no es nada en particular. La categoría pierde utilidad analítica y se convierte en una herramienta retórica: una etiqueta negativa que se aplica a todo lo que se desea criticar.

Esto no sería grave si estuviéramos ante un panfleto político. Pero
el orden del capital
pretende ser un estudio serio de economía histórica, con ambiciones epistemológicas. Y ahí es donde el lector exigente debe alzar la ceja. Porque cuando se afirma que la "austeridad defiende al capitalismo", sin haber definido antes qué se está defendiendo exactamente, se incurre en un oxímoron de base. El capitalismo, si se entiende como libre mercado y descentralización de decisiones económicas, no puede "defenderse" mediante la planificación estatal de la escasez, que es lo que implica la austeridad impuesta desde el poder.

Imaginemos que alguien escribe un tratado sobre ranas, pero nunca define cuál es la diferencia entre una rana, un sapo y una salamandra. Su lector se verá pronto en un pantano conceptual: todo lo que croa, o salta, o tiene piel húmeda es una rana. El conocimiento desaparece. Lo mismo ocurre cuando el capitalismo se convierte en sinónimo de cualquier sistema donde haya desigualdad, propiedad privada o coerción estatal. Si bajo el rótulo de "capitalismo" caben tanto la libertad de empresa como la represión de disidentes, ¿cómo debatir con claridad?
La ambigüedad no es inocente. Permite sostener una tesis fuerte sin necesidad de probarla: que todo sufrimiento económico se debe a la defensa de un sistema injusto, y que toda resistencia a la planificación centralizada es, en realidad, un acto de dominación de clase. Es una narrativa poderosa, pero no por ello verdadera. De hecho, es inmune a la falsación: si el mercado falla, es culpa del capitalismo; si el Estado interviene, también es capitalismo; si se reprime una huelga, más capitalismo; si se nacionaliza un banco, sigue siendo capitalismo. Así no se construye teoría, se construye dogma.

Alguien podría argumentar que la historia económica está llena de contradicciones y que las categorías puras son una ficción. Es cierto. Pero eso no exime al investigador de intentar ser claro, ni le autoriza a usar un mismo término para describir sistemas opuestos. Lo honesto sería distinguir entre capitalismo de libre mercado, capitalismo de Estado, economía mixta, etc. En lugar de eso, Mattei prefiere unificar todo bajo una etiqueta infamante, lo cual dice más de su orientación ideológica que de su rigor analítico.

El problema se agrava cuando la autora, formada en instituciones de prestigio, goza de una autoridad académica que da apariencia de cientificidad a lo que es, en el fondo, una narrativa política. No se trata de exigir neutralidad imposible, sino de reclamar honestidad intelectual. El lector no espera que el autor sea imparcial, pero sí que sea claro. Que si habla de ranas, no le meta salamandras por debajo de la puerta.
En definitiva, el orden del capital fracasa como ensayo analítico porque rehúye la definición de su objeto de estudio. Su poder de convicción descansa más en la carga moral del lenguaje que en la solidez de sus argumentos. Puede servir para reforzar ciertas convicciones ideológicas, pero no para entender mejor el funcionamiento histórico de la economía.
Y eso, en un tiempo donde la confusión conceptual se ha vuelto moneda corriente, es un retroceso más que una contribución.
