DIEGO VALENCIA, EL SACRISTÁN
© Fernando Garrido, 26, I, 2023
Yassine Kanjaa: varón moro o bereber, nacionalidad marroquí, adscripción islámica fundamentalista, ilegal, con orden de expulsión, con habitación en una vivienda okupa en un barrio lumpen del municipio de Algeciras, y vigilado por la policía que conocía sus movimientos sospechosos.
A pesar de todo, ese individuo ayer salió de caza y mató.
Asesinó con un cuchillo en nombre de Alá a Diego Valencia, el sacristán de la iglesia parroquial Nuestra Señora de las Palmas.
Diego cayó al suelo muerto y acuchillado por ser cristiano a manos de un musulmán, delincuente ilegal y yihadista enemigo de nuestra civilización, que debería haber sido expulsado de España hace meses.
Esta muerte, como otras, se podría haber evitado en un país en que hubiera y se cumplieran las leyes a tal fin. En una nación con un gobierno que no estuviese bajo el chantaje y opacos negocios exteriores.
Diego Valencia, el sacristán de una iglesia parroquial española, no fue muerto por un “lobo solitario” como muchos vende patrias, mercenarios y traidores se esfuerzan en predicar, tampoco por un terrorista, sino por un soldado del ejército de Alá que se enfrenta y viene a destruir los valores y modo de vida en la civilización cristiana y occidental.
Eso es la Yihad, una guerra santa que persigue el sometimiento espiritual. No es terrorismo.
El terrorismo lleva siempre consigo un fin político y no el religioso, aunque algunos nos quieran confundir en abstracciones para ocultar la naturaleza y realidad de una fe que practica la violencia, interna y externa, como modo de imponerse al ser humano por encima de sus derechos y libertades.
A pesar de ello, la Conferencia Episcopal, máximo órgano del gobierno de la Iglesia en España, presidida por un "Omella", ha emitido un comunicado vergonzoso en el cual dice que ha sido asesinada una “persona”, no un sacristán cristiano.
Del mismo modo no se hace referencia alguna al carácter o motivos religiosos del ataque, que sin embargo identifican, silbando lánguidamente, como “acontecimientos ocurridos”.
Y, sin olvidar las fórmulas vacuas habituales de condolencia y esperanza en la fe (bla, bla, bla), expresan su “condena a toda forma de violencia”, faltaría más.
Pero cabe más indignidad para un comunicado que -al parecer- viene motivado por lo que es sin lugar a dudas un hecho criminal c-o-n-c-r-e-t-o con resultado de muerte contra un servidor, con nombre y apellidos, de la Iglesia Universal, en una acción perpetrada contra ella.
No se entiende o ¿hay algo en todo esto del suicida y voluntarioso sincretismo papal? Tal vez sí.
Diego Valencia, el sacristán, no pasaba casualmente por allí.
Él ha sido asesinado por estar en el templo y ser cristiano. Pero los suyos, sus obispos, no lo saben o no quieren darse por enterados.
Creo, monseñores que de esta forma ya pueden dar por amortizadas sus cabezas el día del gran Juicio. Eso, claro está, en caso de que crean en él.