EL ESTADO IRRESPONSABLE

F. Garrido • 19 de abril de 2024

EL ESTADO IRRESPONSABLE


© Fernando Garrido, 19, IV, 2024


Nada existe que no tenga titularidad. Porque nada de lo conocido es independiente del ser humano, que lo nombra, conoce y posee.

Alguien idiotamente puede objetar que las cosas se pertenecen a sí mismas tal que sujetos conscientes y autónomos; posibilidad que ni lógica, ni racional, ni filosófica, ni moral, ni científicamente es válida.

El ser humano -en sociedades no esclavistas- tiene, por tanto, además de la capacidad intrínseca de poseerse a sí mismo (autonomía), el derecho a ser propietario de lo que no es él (libertad).

Hace unos días encontraba en la prensa económica que una conocida empresa de seguridad cerró el pasado ejercicio prestando protección a cerca de siete millones de personas. Es sólo una de tantas.

El dato nos advierte de que una buena parte de los españoles se han visto obligados a poner su seguridad personal, la de sus bienes y hogares al cuidado de una determinada compañía, a la que se suman varias menos conocidas, junto a otras empresas que ofrecen seguros en el cobro de alquileres o la negociación de desalojos extrajudiciales, por morosidad u ocupación, etcétera.



Todas ellas viven un momento de extraordinario crecimiento y volumen de negocio que parece no tener techo. Sus productos son exitosos porque, como todo aquello que se vende, responde a una urgente necesidad.

Debo confesar que se me abren las carnes cuando escucho su copiosa publicidad en prensa, radio y televisión que, como un calco la realidad y de manera muy elocuente, pone de manifiesto el temor de la ciudadanía a ser asaltados en cualquiera de las modalidades que hoy –sorprendentemente- amparan las leyes.

En dicha publicidad, actores interpretando a ciudadanos corrientes expresan su ansiedad, miedo e inquietud ante la alta probabilidad de que su propiedad sufra una agresión, un robo o sea ocupada; y concluyen en la necesidad de ser protegidos por esas empresas privadas, al tiempo que reconocen que en su calle, urbanización o barrio son muchos quienes ya disponen de sus servicios para vivir algo tranquilos. Totalmente de acuerdo, aunque deberían de añadir que eso sucede porque el Estado ya no les protege.




Ante esto, el ciudadano español debería preguntarse si la inseguridad de su vivienda, que tradicionalmente ha sido su principal forma de propiedad, además de escenario de su proyecto de vida y el objeto de ahorro o inversión de la mayoría de familias, forma parte de los grandes logros, conquistas y avances en derechos que nos ha traído –según proclaman- el falsamente llamado progresismo.

¿O será entonces que existe un clamor popular por el derecho a sentir miedo ante posibilidad cierta de que te secuestren, te roben o te ocupen la propia vivienda o que inquilinos insolventes vivan a tu costa?

El Estado es hoy más que nunca un ente irresponsable, voraz, improductivo y falsificador de la realidad, que incumple sin complejos –entre otras- una de aquellas funciones básicas que legitima una democracia homologable, que es garantizar la libertad individual, en cuya cúspide se encuentra el derecho a la propiedad, sin lo cual no existe democracia ni libertad alguna.




El insoportable nivel de burocracia e impuestos (laberinto y expolio fiscal), a cambio de nada, que sufre la vivienda en España demuestra que se ha entrado en una fase perversa de intervencionismo salvaje que hace de este país la primera potencia europea camino de liquidarse a sí misma y, lo que es aún peor, despojar al ciudadano de toda libertad y expectativa futura.

La inseguridad de la vivienda es uno de los graves síntomas de un estado enfermo que ni siquiera protege la propiedad y que justifica su expropiación violenta por un lado y la fiscal de otro.

Nunca se pagó tanto por nada.


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