LUZIGÁS

F. Garrido • 15 de agosto de 2022

LUZIGÁS


© Fernando Garrido, 15, VIII, 2022


No vengo a descubrir que agotado, superado y derogado todo terror generado a partir del virus chino, la luz y el gas son objeto de una nueva especulación y amenaza global.

La luz y el gas son el monstruo bicéfalo emergido de la guerra, que hace buenas migas con ese “cambio climático” que quedó eclipsado y en modo espera de dos años, mientras aquel otro astro rey con corona molecular microscópica, asumía el papelón argumental para el gran cierre y apagón de la vida humana planetaria.

No dudemos que para apretar más las tuercas y grilletes a la sociedad, algún día, cuando se decida que es el momento procesal adecuado, otro virus de la dinastía globalista será coronado rey para suceder al ahora emérito depuesto por obsolescencia programática, sistemática, vacumática, el aburrimiento y todo lo demás.

Pero de momento se tiene ahora un actor excepcional, Luzigás, servido desde Rusia y avivado en el infierno de un verano abrasador, que no nos ha de aburrir ofreciendo una mayor variedad temática al público enganchado en la red del serial apocalíptico y en sesión continua permanente.


Nada mejor para ilustrar los engaños del flameante demonio Luzigás que invocarlo mediante la expresión “luz de gas”, usada comúnmente en referencia a la manipulación consistente en negar la realidad y/o dar por autentico lo que nunca ocurrió, y/o elaborar informaciones alteradas de tal forma que la víctima –en este caso individuo y sociedad- dude de su propia percepción, intuición, juicio y memoria.

En definitiva, hacer luz de gas es lo que también se puede expresar con la palabra “posverdad”, que ha sido ya admitida así, tal cual y en buena lid por la Real Academia de la Lengua Española, sin que se la tache –por esta vez- de mentirosa al incluir y definir el término entre las entradas de su Diccionario.


Así las cosas, cualquiera que sea el asunto noticioso de la semana, del día, del mediodía o del último minuto, está ahí Luzigás, señor de los infiernos rusos y climáticos, haciendo lo propio para anunciarnos que viene un invierno de paleolítico superior donde, seguramente, tendremos que quemar los muebles -los de verdad y los de Ikea- para calentarnos en las cavernas independientes de nuestros hogares. Y quizás, para encender, volveremos a ver en el mercado inflacionista aquellos chisqueros a mecha, como el que usaba mi abuelo Pepe para encender su cachimba cebada con picadura nacional. Un artefacto primitivo que jocosamente él llamaba mechero de gas, o sea, de gas-ta mano por el surco que con el uso continuado te imprimía en la palma de tanto darle con ella a la ruleta para encender la chispa.

También nos anuncian, que nuestras chozas y poblado se apagaran con un toque de queda energético.

Todo mientras se encienden a to meter las luces esteladas del Barça, que pagaremos en oscuros plazos de deuda pública infinita, para que los culés indepes azul granas no sufran los envites de Luzigás y conjuren un antídoto al número 155 de la bestia constitucional.

Un Luzigás tan esencialmente malvado como aquellos encantadores que, por doquier, acechaban a don Quijote cuando se le hizo luz de gas en el entendimiento.

Ese entendimiento que, según las categorías propias de los siglos XVI y XVII, se componía del ingenio y del juicio. Este último se le quebró al buen hidalgo castellano, de tal suerte que se lanzó de caballero andante a la patacoja.

Así, sin la extremidad juiciosa, el ingenio le quedó tan suelto y desequilibrado que producía en él aquella realidad fantástica, descontrolada, que es el material con que se escriben y leen libros de caballería; pero que sin el juicio asociado, no distingue entre fantasía y realidad.

Y claro está, a cada somanta de palos y cada vapuleo de la realidad, se le revelan culpables aquellos encantadores malandrines como el sabio Frestón, o los gigantes Malambruno y Caraculiambro.

Hoy son otros encantadores a quienes colgar el sambenito culposo. Luzigás, Kimatikón, Coronatimón, Epañaroba, Borbonimal, Benefiecientón, Negaliandro o Facistón, son, entre otros muchos, los enemigos inframundanos que aparecen en las páginas del libro de la chusmería andante que le escriben a SNCHZ, para satisfacer la necesidad de explicar cada traición, burla y desvarío.

Literatura fantástica de gabinete áulico que justifica exonerar a galeotes ladrones, etarras y golpistas, liberar damas secuestradoras y jornaleros cesantes o absentistas, arremeter contra los malvados gigantes bancarios y empresariales, acuchillar los pellejos de agricultores y ganaderos, o ponerse frente al desdeñoso león de la Metro Goldwyn Biden…

Una literatura ingeniosamente fanática que buena parte de la sociedad consume como si fuese cierta, porque a fuer de suministrarle tanta luz de gas gratuita en el show del bienestar, se les ha secado el juicio.

 

 

 


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