OCASO REPRODUCTIVO Y FIN DE LA HISTORIA

F. Garrido • 12 de octubre de 2025

OCASO REPRODUCTIVO Y FIN DE LA HISTORIA


© Fernando Garrido, 12, X, 2025


Hacer el aborto no es lo mismo que practicarlo. Lo uno es cómico, lo otro es trágico. Tampoco es igual tener un aborto que serlo. Pero aún el asunto da para diferenciar entre, abortar una operación o que alguien (hoy por hoy sólo féminas) se haga operar para que le extraigan un aborto de las propias entrañas.

La serie metafórica discursiva podría continuar hasta encontrar sorprendentes parecidos entre el actual gobierno español, con su presidente de nalgas, y la mayor operación abortiva del presente siglo sufrida por la Nación Española respecto a su pacto de convivencia y la Constitución del 78.

A más a más, para muchos el aborto, sea cual sea, es un crimen, mientras que otros lo consideran y reclaman como un derecho inalienable. En ambos casos, siempre será un drama y un fracaso ético de una sociedad aplicar graciosos indultos y amnistías revisionistas a los bandidos y, por otra parte, una condena gratuita de solución final, sin vuelta atrás, a una vida en ciernes a la que se priva de obtener siquiera el primer derecho fundamental.

Por esto mismo, para los más ávidos quitavidas y recalcitrantes abortistas no basta una legislación permisiva, la actual, que despenaliza y facilita la interrupción voluntaria del embarazo, sino preñar a la Carta Magna para abortar la extensión de ese derecho de rango superior, es decir, universal (léase Carta de Derechos Humanos), hacia esos seres que aún están en proceso de realizarse por completo, y sobre cuya vida en positivo tanto el pensamiento científico como la filosofía moral no aciertan o no quieren establecer limite ni posicionarse de manera clara y contundente, bien sea por la complejidad conceptual del asunto o una imposibilidad epistemológica o, en el peor de los casos, una subrogación de la discusión ético biológica al ámbito político donde, en manos de individuos escasamente preparados o de dudosa moral y capacidad crítica, primará siempre el interés y la contaminación ideológica por encima de cualquier verdad o ensayo de hallarla, en cuyo caso la máxima, in dubio pro reo, salta delictivamente en pedazos.

En definitiva, lo que ahora está en danza en el sucio juego político español y mascarada socialista, es blindar de manera  restrictiva ese sagrado derecho moral a la vez que jurídico, que es la vida por encima de otras consideraciones, estableciendo a tal fin una diferencia categórica entre seres vivientes, clasificando al nascituro en un plano ontológico normativo como algo inferior, impreciso, técnica y teóricamente equiparable o a medio camino entre el animal y el vegetal, cuya vida, con independencia del concurso inicial de dos partes, es moral y físicamente potestad única del cuerpo femenino que le otorga o permite existir transitoriamente.

En efecto, el feto o nascituro, al cual se cuestiona o niega la posibilidad y propósito biológico de realizarse autónomamente, queda considerado un ente intruso en ese otro cuerpo, al que en cierto modo parasita y, por tanto, susceptible de ser sanitariamente extirpado a voluntad, por las razones que fueren, de la propietaria del organismo nodriza, sin importar los cómos ni porqués, justificados, si acaso, en el impropio derecho maternal a decidir arbitrariamente sobre esa vida que quieren hacer aparecer como un hecho biológico accidental, caprichosamente separado de la responsabilidad moral que atañe a la madre en cuanto a ser que del mismo modo fue un día engendrado con espíritu o entendimiento humano dotado de capacidad para reconocerse como tal, y discernir sobre el bien o el mal, lo justo o lo arbitrario, lo propio o lo ajeno, lo necesario o lo superfluo.

II

Aquí, en la cuestión gestante-abortiva, el feminismo instrumental ha erigido una de sus más perversas enseñas universales para su desbocada e infundamentada lucha en pos y en contra de la igualdad de la mujer, disparada al extremo de subvertir su propia singularidad y naturaleza. Porque precisamente es la maternidad el hecho radical que hace en la mujer el ser mujer sobre cualquier otro rasgo de su ser extenso, al cual determina en sus más profundas y esenciales características orgánicas, formales y psicológicas: mente y cuerpo.

El feminismo dejó de serlo en el mismo momento que no entendió o no quiso entender la naturaleza femenina, negándola, por tanto, el feminismo abandonó con ello la oportunidad de reconciliarse con la historia en la justa reivindicación de su feminidad, diferente a la vez que necesariamente complementaria de lo masculino y viceversa, sobre todo en cuanto a su exclusiva capacidad de concebir, gestar vida y ser madre.

Ahí es donde el feminismo ha perdido para siempre sus legítimas batallas, condenado a luchar ya sin solución de victoria real hasta la auto-extinción conceptual de su Ser, sumido en la eterna frustración de una ficticia igualdad física, mental y metafísicamente imposible. Es la gran estafa filosófica e ideológica que alimenta al monstruo feminoide que, empoderándose, niega la vida quitándosela a sí misma.

Esto representa el amargo suicidio de la civilización occidental, que cayó prisionera del dogma-trampa de la lucha de sexos como sucedáneo sustitutivo del viejo y fallido antagonismo entre clases sociales, idea fundacional del socialismo decimonónico, que ha llevado al fracaso a todas las sociedades donde han operado sus tesis beligerantes, utópicas o científicas, aplicadas al propósito disolvente de la libertad humana para subsumirla bajo el anhelo de cerrar la historia, resuelta en un dictado social de pensamiento uniforme, univoco y colectivo, que previamente necesita liquidar al individuo autónomo, libre pensador, señalado como enemigo del sujeto político progresista modelado con el barro dogmático de la igualdad, cuyo actual ariete es ese feminismo cautivo de su liberación.

Feminismo que reivindica y propaga la esterilidad demográfica, hedonista y del bienestar, fundada en agravios históricos tal que brechas salariales, techos de cristal, roles domésticos, laborales y otras afrentas seculares, cuya urgente reparación prescribe el subrogar la fecundidad y crianza humana a otras culturas o civilizaciones exóticas de pueblos o razas cuniculus, a las que se recurre y acoge como vientres vicarios reproductores, que nos traerán al mundo los seres necesarios para sostener en adelante, según nos van contando, el estado del bienestar y de progreso, sin afectar a nuestro modo de vida.

Al contrario, proclaman que enriqueciéndonos con sus mentalidades situadas en la inocencia de estadios civilizatorios cuasi wokes: prehistóricos, antiguos o medievales, que remiten a las maravillosas utopías fantásticas del buen salvaje pre-capitalista que campaba en una Humanidad feliz anterior a las revoluciones burguesas occidentales, ya sean industriales, tecnológicas, sexuales y demás horrores contemporáneos originados por la razón moderna ilustrada, ahora aborrecida por el pensamiento neorromántico y posmoderno, nihilista, polivalente y multicultural cargado de resentimientos que contaminan a la sociedad imbuida de las burdas interpretaciones socialistas de la historia de la humanidad que han venido a salvar de sí misma.

Personalmente creo que se está librando guerra silenciosa contra Occidente de los propios occidentales, con el concurso de una población mercenaria exógena subsidiada, integrista y no integrada, que tiene en la procreación la potente arma de destrucción social. Una guerra inidentificada que estamos condenados a perder con la entusiasta participación de esa quinta columna emancipadora, infértil y abortiva, que aboca a los estados nacionales democráticos a la importación demográfica ultramarina, y a nuestra civilización al fracaso, despojada de la capacidad para la propia reproducción y el remplazo sucesorio. Porque, sin vástagos herederos, nuestro patrimonio occidental, material e inmaterial, habrá de caer irremediablemente en manos ajenas. Las de aquellos otros que, con independencia de la validez o contenido de su civilidad, tienen la firme voluntad de hacer crecer y multiplicar sus estirpes, educadas en sus costumbres originarias y radicales.

Así, desde este inquietante y suicida ángulo oscuro del alma de la civilización occidental, hacer el aborto es practicar un verdadero genocidio patrimonial y generacional contra sí mismo.


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