PILDORAS BURGENSES

F. Garrido • 12 de mayo de 2024

PILDORAS BURGENSES



© Fernando Garrido, 12, V, 2024


Dicen que ya no nieva en Burgos como en aquellos inviernos ni primaveras de entonces.

Tampoco el eje de la Tierra es hoy exactamente el mismo, y aunque ahora estén activos no sé cuántos volcanes escupiendo lavas, gases y cenizas, el Sol por su parte ha entrado en una fase de mayor actividad, al tiempo que los aeroplanos sueltan sustancias no identificadas para ensayar científicas ¿incertidumbres?

Aunque eso y mucho otro suceda, en Burgos dicen y es verdad que “ya no nieva como antes”, cuando todo era distinto y tan diferente como, por ejemplo, ese Consulado del Mar que hoy nos resulta algo extraño.

Ni bien ni mal, si bien estaba mucho peor, patinado en sucios grises de anhídridos carbónicos, cuajado de nidos de arácnidos y con negruzcos tiznones como carámbanos de plomo.




Pero ahora no puede ser ni más blanco ni más neoclásico, porque ha sido pulido hasta decir basta, y es tanta su nívea reflexión que deslumbrará a quien lo mire, aunque sea de soslayo, o tal vez por la escandalosa cifra invertida en la “rehabilitación energética del edificio” que, según reza orgullosa una lona, asciende a más de dos millones de euros ¡Caray!

Mas a pesar de que en Burgos ya no nieva, bien podría ser imaginado este Consulado como una de esas gélidas arquitecturas efímeras, levantadas con toneladas de nieve en el Sapporo yuki matsuri, allá en el Japón.



Tan japónico como los ikebanas de la nueva edición de la Fiesta de las Flores, que invade con jaulas, vallas u otros excesos el noble Espolón, cediendo al antojo de algún vende birras con ordeno y mando en la plaza de la Flora, lugar para el cual expresamente fue creado el florido evento primaveral, al que han expulsado de allí para proteger el vergonzante estrés caótico al que dictadores de plazuela tienen sometido a ese espacio público.

Pues, pasen y vean: lo que fuera Huerta del Rey, presidido por la diosa Flora, hoy está sembrado de todo tipo de enseres y mobiliario okupa e inamovible de distinto pelaje. Allí, como en una nave trastero, se planta, se desparrama, se acumula y se almacena, sin orden ni decoro, lo que no está escrito, so pena de no acabar.




Son y siempre fueron las plazas espacios polivalentes que, desde que existe e inventó la ciudad, fueron creadas para simultanear funciones varias: ágora, mercado, lugar de representaciones y muestras, juegos festivos, etcétera, etcétera. Una cosa no quita a la otra; se desmontan los tenderetes de verduras y se montan los de libros, o se arma un ruedo, un tablado o un cadalso. Y así se sucedían en el tiempo y el espacio los acontecimientos. Las ordenanzas así lo prescribían y creo que hoy no deben de ser muy diferentes.

Pero en Burgos, en estos tiempos retorcidamente progresistas o reformistas, vivimos dependientes de minorías plañideras o de gremios hegemónicos. La plaza de la Flora y no pocos otros espacios públicos han sido cedidos en régimen de propiedad privativa a una única e inamovible actividad lucrativa que lo explota en extensión y exclusividad.



Y toca recordar al desinformado urbanista contemporáneo afectado por los síndromes de apocamiento y horror vacui, sea quien sea, que sin embargo el Espolón es un paseo. Un centenario y bendito paseo de recreo que no precisa ser reinventado como recinto expositivo ni ferial multiusos, ni ser sistémicamente torturado hasta la extenuación con artilugios, vallas, obstáculos, chiringuitos, gangos y cachivaches.

Déjese en paz al paseo para lo que le es propio. Decórese, engalánese para mejorarlo, pero sin hurtarle su genuina, amena y saludable función. Al paseo lo que es de ley y a la plaza lo que es del rey.


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