© H. H. Steppenwolf, 27, III, 2022
“He de confesarlo: padezco de Noche Toledana crónica”. Les decía el otro día a mis amigos Paco y Santiago, tertuliando en ese inopinado reducto de dignidad que es McDonald en Zocodover.
Pero qué dices bolo, ¿estás chalado? Me objetaban.
No, no, no, en absoluto, habéis oído bien. Sufro Noche Toledana crónica, o si queréis, crónica de una permanente noche toledana; porque ya sabéis que Noche Toledana es sinónimo de sufrir desvelos, delirios entre fiebres, o tener pesadillas en medio de esas tórridas noches tropicales de a 40º en esta ciudad. De esto adolezco, creedme, aunque estemos distantes del verano; pero se me agostó la dolencia y ya no sé si vivo en donde no vivo o tan sencillo remedio espero que desespero porque aquí no vivo sino en un sinvivir.
No sé si por casualidad o bajo pecado mortal de objetividad, veo el catastrófico estado en que se encuentra la vieja ciudad. Aquella que intramuros desde el principio de los tiempos, incluso antes de que su nombre fuese siquiera escrito o pronunciado por primera vez, sucedía mucho de cuanto de humano acontecía en el centro geográfico peninsular.
Por eso a Toledo lo escuchamos en pasado. Siempre en referencia al pasado. Al arte pasado, a la gloria pasada, a la historia y al patrimonio heredado de los siglos pasados. Pasado, más pasado y bien pasado …
Y en ese perfecto pretérito se fundan también las excusas presentes y las falsas novedades. Ahora oímos todos los días el nombre de Toledo junto al de unas musas postmodernas llamadas: igualdad, sostenibilidad, inclusividad y resiliencia. Unas musas celestinescas que, como vacas sin cencerro, van gritando de un lado para otro su “tolón, tolón”.
Se me aparecen cada noche revestidas de astracán perfumado, dando vueltas, lo mismo por FITUR que en actos oficiales, inauguraciones, ruedas de prensa y cualquier apoteosis del figureo político, económico, social, cultural o académico… Musas trotaconventos que, a groseros trancos, suelen estar siempre invitadas en bocas de esa élite pedante que gusta decir aquello de “poner en valor” esto o lo otro, parasitando las instituciones, y celebrando haberse conocido por ser lo más de lo más.
Lo habéis adivinado, se trata de la camarilla cortesana toledoplanista de la marquesita de “leche merengada” y del vizconde “ojo avizor”.
Pero por mucho que se repitan, creo que quien lo ha conocido lo sabe. Sabemos que Toledo no necesitó invocar a ese pegamoide fraseológico de lupanar barato, que son el “ave maría” del habla de germanías de la banda de proxenetas que nos lo arrebata todo.
Igualdad, sostenibilidad, inclusividad y resiliencia son meretrices calienta trancas.
Meras palancas o ganzúas para encandilar o forzar las cerraduras de nuestras conciencias y levantarnos invariablemente la cartera, cantado aleluyas y embelecos de un Toledo mítico, brillante, idílico, fantasioso.
No doy crédito a que mi percepción de la realidad esté tan desajustada con esas maravillas que se despachan cada día en proclamas de alabanzas preciosistas fabricadas en los palacios consistoriales y nobiliarios. Luego tan onerosamente aventadas por sus negociados clientelares y sus pregoneros mediáticos oficiales, junto a otras diversas ganapanías lame nalgas.
¿Qué Toledo me cuentan?, ¿de qué lugar nos hablan?, ¿dónde está esa ciudad? La busco. No la encuentro.
Desespero porque quisiera vivir por siempre en ese lugar. O al menos, como Pietro, Juan y Jacobo, quisiera experimentar una milagrosa transfiguración y poder expresar: Paco, Santi, “qué bien estamos aquí, hagamos tres tiendas, una para nos, otra para Moisés y otra para Elías” (Mateo 17:1; Marcos 5:37; Lucas 9:28; 2 Pedro 1:16). Lo malo es que, aquí como en el Sagrado Texto, se forma una nube de realidad que cubre la visión con su sombra y se jorobó lo que se daba.
Esa sombra es tan espesa como los cuarenta años soportando el arribismo de aquellos que han destrozado la ciudad, producto de la ausencia de un proyecto urbano racional, coherente y eficaz para solucionar las particularidades del callejero y las necesidades reales de la actividad ciudadana.
Es que no hay nadie consciente de la grave degradación que sufre la antigua ciudad. Es que nadie tiene ojos para ver ni garganta para denunciar lo que resulta evidente. Lo sucedido durante las tres últimas legislaturas municipales socialistas, sumadas a las no menos caóticas alternancias anteriores, han arrasado Toledo con tanto denuedo, que quizás se esté ya en un punto de no retorno para volver a ser ciudad en el sentido que ha de serlo por encima de otros: el ser lugar para la vida ciudadana. Así de simple, así de difícil, así de utópico.
Toledo es hoy –admitámoslo- una ciudad fallida. Una ciudad con colapso multi orgánico de difícil vuelta atrás. Un falimiento del que el mayor afectado es el Centro Histórico que, sin ser ya cuidad, ha quedado reducido y condenado a ser “centro histriónico” de feria farandulera.
Salid por favor a dar un paseo por las calles del tramoyesco decorado. Tened cuidado de no tropezar y caer por uno de los miles de hundimientos, socavones, grietas, o desperfectos que por doquier están presentes.
Preguntad, ¿quiénes abrieron esas zanjas?, ¿por qué las taparon con tan mala hostia? ¿Quiénes jodieron los aseados y modestos empedrados? ¿Quiénes los siguen reventando, y violando con chorros de agua a presión cada mañana, incluso lloviendo a cántaros? ¿Quiénes fornicaron y rompieron el himen a los ordenados y magníficos adoquinados? ¿Quiénes retozaron como mulas, destrozando los tradicionales enlosados de plazas y aceras? ¿Quiénes dieron la orden, quiénes la ejecutaron y quiénes lo permitieron? ¿quiénes actuaron así en esto y en todo…?
Salvajes villanías que han humillado a la Ciudad, la han arrastrado por los suelos.
Despertad ya de la modorra amigos, antes de que no quede un toledano vivo que pueda contar lo que Toledo era medio siglo atrás.
Quien lo ha conocido lo sabe. Sabe que Toledo no necesitaba de esas furcias de cabaret llamadas igualdad, sostenibilidad, inclusividad, resiliencia…
Quien lo ha conocido lo sabe. Toledo era sostenible cuando en sus calles y plazuelas no había apenas coches, pero sí muchos niños y vecinos, y aunque no lo crean también muchos turistas; Toledo era igualdad e inclusividad cuando en sus barrios convivían todos, los de arriba y los de abajo. Quien lo ha conocido lo sabe. Toledo era resiliente y sostenible con sus zapateros remendones, sus traperos y chatarrerías. Aún recuerdo el, “se compran somieeeres viejos y colchones de laaana”.
También los ecos de afiladores, queseras, cardilleras, el panadero con banastas de mimbre a lomos de un corcel, y el reparto de gaseosas en carro-moto. La compra se llevaba a casa andando, envuelta en papel de estraza o cucuruchos de diario vespertino, en hueveras con asas, en lecheras de zinc, en cascos de vidrio lavado, el pan blanco candeal en su bolsa de lona, y los churros en juncos del río… ¿No era eso sostenibilidad sin tener que soñar musas alcahuetas cabalgando mangos de escobas en apocalipsis climáticos?
Quien lo ha conocido lo sabe. En Toledo no había cadenas ni condenas, no había pivotes, ni bolardos, ni basuras. Había, eso sí, sencillez, sentido común y buena educación.
En Toledo había muchos, muchos comercios y establecimientos de barrio; Hoy apenas tres o cuatro; pero nos hablan de ciudad inclusiva, cuidad sostenible, ciudad resiliente.
En Toledo había quienes hacían rico guiso con esas aves que hoy protegemos para que se nos giñen encima. En Toledo había verdulerías, pescaderías, ultramarinos, mercerías, ferreterías, tabernas, churrerías, tahonas, y también putas honradas con licencia y cartilla sanitaria… no como ahora. Quien lo ha conocido lo sabe.
En Toledo estaban abiertas las puertas de las casas, de sus patios y de sus iglesias. Ahora la delincuencia oficial las ha cerrado, se ha apoderado de todo y no saben nada de nada.
Hablan de progreso, de igualdad y sostenibilidad quienes señalaron a los habitantes de Toledo el camino del éxodo para darse el gran festival inmobiliario y de la deuda pública, hipotecando a las generaciones presentes y a las venideras. ¿No se ha tenido bastante? Arrojémoslos al Tajo atados a sus lapidarias falacias para que se envenenen con la bilis de las mismas aguas que ensuciaron diciendo defender.
En todo esto que digo consiste el mal crónico de este lobo estepario que ha sido desterrado del paraíso, condenado a vivir en una permanente Noche Toledana. Quien ha conocido aquel Toledo está, con su recuerdo, en riesgo de padecer la misma pena.