ATLAS Y EL REFUGIADO CLIMÁTICO

F. Garrido • 27 de agosto de 2022

ATLAS Y EL REFUGIADO CLIMÁTICO



© Fernando Garrido, 27, VIII, 2022

 

Una nueva categoría del delirio progresista acaba de ser dada a luz y ya se empieza a emplear como detergente para el sistemático lavado del cerebro social. Lo llaman “refugiado climático” y según lamentan, aún está “sin estatuto ni reconocimiento internacional”, por ello van corriendo a darlo por la vía de apremio y emergencia.

 

Es este, el último invento conceptual de la factoría ideológico dogmática socialista en el proceso de descomposición del sistema -según la prescripción marxista- para el advenimiento de la utopía. Un artefacto conceptual que constituye, además, la ampliación de las expectativas para las mafias (públicas o privadas) del negocio de exportación-importación de seres humanos hacia Europa.

 

El estatuto de “refugiado climático” vendrá por tanto a legalizar de facto cualquier migración con destino europeo, algo que comprometerá irremediablemente la sostenibilidad de países con una inflación, una deuda y empobrecimiento fuera de control.


Una Europa en su peor momento desde la segunda Gran Guerra, y que ahora se enfrenta, o más bien se entrega, a sus enemigos de manera incondicional e incluso entusiasta, sacrificando sus viejas conquistas y futuras posibilidades en el ara de la agenda globalista. Una Europa en acelerada decadencia cultural, política, económica y moral, empeñada en la alteración sistémica del orden y equilibrio que hasta ahora había garantizado la libertad y prosperidad al europeo.

“Refugiado climático” es un concepto que emana de la falacia -tan manida- de que “no hay seres humanos ilegales”. Bella grandilocuencia tan falsa como un unicornio de cartulina. Porque carece de la proposición condicional ineludible en un estado de derecho, que debe formularse así: el ser humano es legal siempre y cuando cumpla la norma prescrita.

 

Voy a proponer un silogismo para educar imbéciles incorregibles:

Partiendo de la premisa “no hay seres humanos ilegales”, si el asesino de mujeres es un ser humano, entonces, dicho individuo es legal y podrá continuar afilando sus cuchillos de carnicero.

Esto, que es una aberración lógico conceptual, es sin embargo a veces aceptado bajo la cláusula (xenófoba) en la que quedan excluidos de la condición de humanidad todos aquellos que no son de los míos… un rasgo habitual de la histeria izquierdista radical, por ejemplo, aquella que gobierna en España.


El “no hay seres humanos ilegales” es un sofismo retórico que esconde arteramente tras la sustancia del Ser, la posibilidad de sus actos; empasta la razón pura y la razón práctica, el cógito existencial actuante con el sum, equipara la dimensión ética del ser con su ciego mecanismo biológico, desvincula al ente abstracto (sujeto del derecho) de la ley; se trata en definitiva de hacer de la categoría ontológica (filosófica) estatuto político. O, dicho de otro modo, a partir del hecho de nacer humano, su acción queda per se justificada sea cual fuere.

Algo insólito y paradójico en ese credo poshumanista que endosa al Hombre todos los males planetarios. Pero bien entendido, este contrasentido forma parte de una estrategia bipolar para dictar, al fin, contra la naturaleza histórica del ser humano occidental una declaración de condena universal.

Lo estamos viendo, cómo por la puerta de “emergencia” se expulsan a patadas derechos humanos modernos y reciben con agrado el derecho feudal para la privación de libertades.


Existe en todo ello una utilización ideológica del complejo español atávico ante lo exótico o extranjero, que es amplificada en el imaginario (relato) político de dos formas excluyentes, no compatibles en un único discurso, pero que se van sucediendo y complementando. A saber, son a grandes rasgos de un lado el complejo de inferioridad frente a un hombre moralmente superior, producto de su capacidad intelectual y científica, es decir, el hombre de una sociedad estructuralmente avanzada y tecnológica (socialismo científico), identificado con la escurridiza “democracia plena” que es el blandiblub instrumental del neocomunismo. O, por el contrario, el hombre rudimentario de extrema y virginal sencillez moral, exento del mal; es decir, la sociedad y estado de naturaleza adánico mitológico del sencillo “buen salvaje”, el de las Indias por ejemplo, e identificado con la anarquía como alternativa posible.

 

Es este último modelo argumental con el que ahora toca atropellarnos. La razón es clara: identificar al refugiado con una víctima inocente de nuestra civilidad (leyenda negra, colonialismo, imperialismo, protectorado…) y por eso mismo de condición moralmente superior, a la que el europeo victimario debe aspirar para redimirse del CO2 y de su historia: un hombre desnudo de principios, andrógino, estéril, no consumidor y consumible, sin armas, coche ,ni propiedad (recuerden, la prole tampoco le pertenece), igualitario e indiferenciado de la naturaleza orgánica que lo rodea y por tanto –aunque esto no se dice- sometido a la ley de la selva… donde ya se sabe que el más poderoso gana, es decir el Estado total y quienes lo acompañen en el safari global.


Una cacería indiscriminada a ese animal racional que provoca sequías, el frío o el calor, lo vientos, calimas, tormentas, inundaciones, incendios, fuegos fatuos o auroras boreales. Un animal tecnológico occidental capaz de producir el fenómeno del cambio panclimático, que es amenaza para sí mismo y el resto de terrícolas.

 

Frente a él, el hombre bueno que huye de la tierra quemada por aquel otro. El exótico migrante, el rapsoda, el hechicero, el ulema, el chamán… con derechos sucesorio sobre la civilización milenaria iniciada en el oriente medio, cultivada, acrecentada y conservada a través de griegos y romanos, cuyo proceso evolutivo trajo las democracias liberales, hoy a punto de extinción por la vuelta a una barbarie prehistórico-posmodernista.

¿Tiene Europa recursos y espacios físicos, culturales y mentales para sostener a toda una gran masa de migrantes climáticos o de cualquier otro tipo?

La insoportable presión migratoria ya está aquí, y muchos más los llamados a venir.

Las familias medias europeas -que son la inmensa mayoría- han perdido en las últimas dos décadas calidad de vida, empleos, capacidad adquisitiva, libertad, seguridad y buena parte de su patrimonio.


¿En verdad nuestro sistema del llamado bienestar sustentado en la expoliación fiscal que no basta, que requiere una deuda publica infinita e irracional, imposible de amortizar a no ser que el Estado desamortice todo bien público y privado, tiene recursos para sostener la pensión completa climática universal? ¿Quién pagará el “todo incluido”?


No seremos algunos de nosotros, europeos, quienes tendremos emigrar y crear guetos donde ponernos a salvo del estado de derecho devorador y totalitario para recuperar la libertad como describió la filósofa y sin embargo novelista, Ayn Rand, en su “Rebelión de Atlas”* (1957). La pregunta que nos hace Rand está hoy más que nunca vigente:

“Si viese usted a Atlas, el gigante que sostiene al mundo sobre sus hombros, si usted viese que él estuviese de pie, con la sangre latiendo en su pecho, con sus rodillas doblándose, con sus brazos temblando, pero todavía intentando mantener al mundo en lo alto con sus últimas fuerzas, y cuanto mayor sea su esfuerzo, mayor es el peso que el mundo carga sobre sus hombros, ¿qué le diría usted que hiciese?...

¡Que se rebele!”



*Ayn Rand, “La Rebelion de Atlas” (1957), Barcelona, 2019, Deusto, 1.232 pág.



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