CAMBIO DE IMPRESIONES
© Fernando Garrido
Un día recibes un mensaje.
Es de alguien que conoces poco y no hace tanto.
Os tenéis mutuamente en la lista de contactos porque pertenece a tu reciente entorno laboral.
Ella, como tú y el resto del gabinete jurídico administrativo, estáis convocados a una cena de incentivo para la cohesión y socialización del personal de vuestra empresa.
En el mensaje ella te propone tomar una copa juntos y cambiar impresiones antes de la hora señalada para la cita colectiva.
Tienes la tarde libre.
Decides no rechazar una invitación que, aunque insospechada, no anuncia explícitamente nada inadecuado.
Aceptas.
Haces un esfuerzo por identificarla con precisión. Recuerdas que ella posee una planta agradable, discreta, ni mucho ni poco. Parece simpática y buena gente. Su edad estará entre lo adecuado e intemporal. No sabes si tiene perro o hijos, esposo, pareja o no.
Cruzáis algunos mensajes para consensuar hora y lugar del iniciático aperitivo. Concretáis detalles y, hasta mañana…
Te preguntas entonces qué requiere tus impresiones. Si existe algún problema o tal vez se trata de satisfacer un prurito de sutil curiosidad femenina. Especulas si será eso o quizás no.
Entregado a la anticipación preventiva, imaginas un relato costumbrista, entre premonitorio y propiciatorio, que recompones así:
Sucederá que os veréis antes de la cena para tomaros el pulso e intimar.
Luego llegareis juntos, encontradizos, al restaurante y os sentareis uno al lado del otro. Entre cubiertos, entrantes y platos, hablareis con impostado hiperrealismo de vuestras circunstancias y experiencias personales.
Tras los postres, como de costumbre, alguien animará al resto a tomar la penúltima en un local nocturno. Allí, ambos subiréis la apuesta elevados por los decibelios y el licor.
Será entonces cuando, como de costumbre, percibiréis un impulso fatal. Un beso furtivo que le darás o te robará, fugitivos los dos, ocultos de la vista de los demás, quizás de camino a los lavabos o tras una máquina expendedora de tabaco.
Luego, como de costumbre, la invitarás o ella te sugerirá salir de allí para terminar juntos la madrugada y todo lo demás os dará igual.
Os haréis confesiones inauditas, os mentiréis y os amareis como de costumbre, con esa trémula inquietud de primerizos.
Y el puñetero amanecer, al fin, como de costumbre, os separará en dos planetas que pierden su brillo bajo el implacable sol de la mañana.
Durante días, como de costumbre, experimentarás una dulce nostalgia. Os cruzareis por pasillos y salas del olvido, sin comentar.
Como de costumbre, jugarás de nuevo a imaginar qué sucedería si…
Entonces la escribirás una nota.
Su respuesta te sorprenderá como aquel primer mensaje suyo.
Todo según lo acostumbrado, aunque sabias que el cambio de impresiones estaba amortizado, porque el préstamo que ella te solicitó no tenía intereses de demora ni cláusula de devolución.
Comprenderás, idiota, ser otro acreedor más de su carne frágil y caprichoso corazón.