EL PUEBLO EN SU CONFÍN
(minirrelato)
© Fernando Garrido, 8, I, 2023
Se encontraba aquel pueblo situado en los confines del mundo, tras desiertos, selvas y montañas.
Allí había sido establecido que los niños no hablablarían con los mayores hasta ser adultos, momento a partir del cual sólo conversarían con otros mayores ya hasta el día de su muerte.
Algunos niños, que no llegaron a esa edad, nunca hablaron con sus padres; y padres que finaron temprano no intercambiaron palabra alguna con sus hijos.
Los niños con hermanos mayores tenían la ventaja de contar con ellos para adquirir poco a poco la lengua materna. Los que no, eran llevados desde bien pequeños a un lugar común, donde hablaban con los otros chiquillos y de esta forma iban aprendiendo los unos de los otros.
Aquel consueto nadie sabía a ciencia cierta cuando surgió. Se contaban historias míticas de un pasado remoto cuando, al parecer, el pueblo fue visitado por otro que hablaba una lengua distinta y traía grandes riquezas con las que querían seducirlos. Eran esas preseas de todo tipo: animales nunca vistos, plantas y semillas extrañas, artilugios mágicos capaces de detectar agua bajo tierra junto a otras herramientas más precisas y sofisticadas que las piedras.
Todo el pueblo había quedado gratamente sorprendido y dispuesto a aceptar aquellas maravillas para que su vida fuese mejor.
Pero, según relatan, aquella noche de luna llena, el brujo, jefe del poblado, reunió a los suyos en el gran chozo. Les habló muy serio de la misión que todos ellos tenían en aquella su tierra y confín.
Al día siguiente amanecieron las cabezas de aquellos "sabios" extranjeros separadas de sus cuerpos y sus riquezas arrojadas en el lago cercano.
Desde entonces en el pueblo reinó, como hasta entonces, la inmutabilidad y seguridad de sus vidas en un presente y futuro idénticos al pasado.
El brujo se felicitó y alabó a la tribu tras la extraordinaria hazaña depuradora que, tratándose de un pueblo que siempre había sido pacífico, tan heroico actuó la memorable noche.
Pero a pesar de esa confianza, buscó y encontró la manera -como podría haber sido cualquier otra- de que no se repitiesen los hechos.
He ahí, según cuentan, el origen de esa costumbre ancestral en el confín donde los hijos no hablan con sus padres, ni los padres con sus hijos.