ESPAÑA Y SU CIRCUNSTANCIA

F. Garrido • 5 de noviembre de 2023

ESPAÑA Y SU CIRCUNSTANCIA


“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”

Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote (1914)


© Fernando Garrido, 5, XI, 2023


Una de las más horrendas muletillas que viene utilizando la izquierda cada vez que se da un mordisco a la soberanía nacional en beneficio del separatismo, es burlarse de aquellos que advierten de la ruptura de España, señalando: “lo ven, lo ven, cómo España no se rompe, ni se ha roto”.

El argumento es miserable, porque España no es un cántaro de cerámica que cae y se hace añicos de una vez. Para destruirla hace falta un laborioso proceso de ingeniería política y social.

Pero para quienes gusten de metáforas vale el rustico símil del salchichón -usado por Alfonso Guerra- por el cual la nación es una pieza a la que se le van cortando rodajas hasta el agotamiento y extinción de su forma original, incluido el cordón, la chapa y el etiquetado.

No se trata por tanto de ruptura, sino de una lenta laminación que viene sucediendo desde hace décadas.

Así pues, España no se rompe, pero ¿es realmente España lo que va resultado del proceso de laminado?

Lo que sí puede afirmarse es que la historia de España –aparte manipulaciones - no puede romperse, ni siquiera en una pira de expurgados, como no se ha roto ni borrado la historia de Mesopotamia, de Egipto o de Roma, que perviven en ella (en la Historia) más allá de su destino biológico, si bien reducidos a memoria sus legados éticos, estéticos y culturales, en suma, civilizatorios.

La historia de España, desde el reinado de Fernando I, está íntimamente ligada a la de Castilla, tanto que conceptualmente en el largo proceso de integración del territorio peninsular, ambas apenas se pueden diferenciar durante muchos siglos.


Por eso cabe preguntarse por qué los castellanos, los de la Vieja y la Nueva Castilla, no fuimos ni somos conscientes del agravio recibido en el pacto constitucional, siempre en aras de esa permanente concordia y generosidad obligatoria hacia el nacionalismo desleal y centrífugo.

Sin embargo, hoy más que nunca, debemos saber que el sacrificio no mereció ser aceptado ni asumido. Que aquella amputación, desmembración y desnaturalización castellana y demás aberraciones conceptuales, no sirvieron.

Y Castilla, laminada, pagó y lleva pagando aquello con medio siglo de oprobios y retraso.

Quizás en este nuevo escenario en que algo habrá que hacer para recuperar la nación española, sea momento de poner pie en pared para devolver a Castilla y, por tanto a España, su dignidad y forma original.

Siendo España la Nación y Castilla su circunstancia, si no la salvamos a esta no se salva la Nación.


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