LA VIRGEN DE LA CUEVA

F. Garrido • 14 de diciembre de 2022

LA VIRGEN DE LA CUEVA


© Fernando Garrido, 14, XII, 2022


Casi hemos perdido la cuenta de cuántos días llevamos ya cubiertos bajo un manto gris cargado de agua. Como también hemos olvidado aquel sintagma adjetival con que comenzaban los telediarios en los primeros años noventa: “la pertinaz sequía”, decían a todas horas.

El caso es que entonces el minero millonetis Al Gore, todavía no había inaugurado el suculento negociado de falsas “verdades incómodas”, para darse un festín caníbal al que se ha incorporado la glotonería antropófaga de los organismos internacionales y gobiernos para la autocracia de emergencia climática.

Pasaba un servidor ayer mismo por el bar “Kuki”, sito en Almonacid de Toledo,  que regenta nuestro célebre buen amigo Enrique, el hijo de “la Chiva”.

Allí estaba Juan Carlos “el de la cosechadora”, que es de la cercana localidad de Nambroca, pero que pasa allí, vaso en mano, las tardes en que el clima -como ahora con lluvia- no le permite trabajar.

Él me hablaba de aquellos años en los que ni siquiera hubo cardos borriqueros que cosechar. “Que nos lo cuenten a las gentes del campo” decía “porque, digan lo que digan, nunca ha habido un acuerdo razonable entre el tiempo y las expectativas que el agricultor pone en los cultivos, eso ni con nuestros padres, ni abuelos, ni con aquellos parientes tan antiguos como los cerros del castillo de ahí arriba".

"¿Cambio climático? Pues claro, como siempre, desde los tiempos de Carolo y mucho antes”.

Juan Carlos “el de la cosechadora” tiene toda la razón y ahora que, desde mi gabinete, frente a la católica catedral de Toledo, contemplo los gruesos chorros que manan de las modernas gárgolas de zinc, tarareo aquella cancioncilla anónima tradicional que en bucle repite:

Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva.
Los pajaritos cantan, las nubes se levantan
Que sí, que no, que caiga un chaparrón
con azúcar y turrón.

Y constato que, más allá de la aparente simpleza de la composición, existe en ella un trasfondo rogatorio, dulce e inocente, relacionado con los afanes de tantas virgencitas sacadas de sus capillas, agostadas o a destiempo, para implorar a través suya soplos húmedos al Altísimo.

Curioso además que en España existan un buen puñado de antiguas madonas cobeñas, empadronadas por ejemplo en Infiesto y Covadonga de Cangas de Onís (Asturias), Esparragosa de Lares (Badajoz), Altura (Castellón), Hontangas (Burgos), Jaca (Huesca) y algunas otras.

Localidades donde invariablemente dicen ser la suya la autentica “Virgen de la Cueva” que inspira esa célebre canción que, como queda dicho, lleva el eco secular de piadosas peticiones de lluvia en una España que es en buena parte un secarral.

Pero seguro que aparecerá por el “kuki” -si aún no ha aparecido ya- algún lucrando espabilado, uncido a la rosquilla 20-30 (“ecologetas”, les llaman), dando la brasa con que, esto no sucedía, que ni las lluvias copiosas de diciembre ni la sequía pertinaz el resto del año.

Porque para estos enteradillos, en la mística edad de oro del ecologismo, esa que va desde la Prehistoria hasta la Revolución Industrial, el clima era amable y regular como una joven esposa; puro mecanicismo biológico del que se ha venido a divorciar el malhadado hombre contemporáneo que ha de volver, junto a esas vírgenes, a las cavernas de la historia.



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