TODO A 15
© Fernando Garrido, 19, III, 2023
“La ciudad de quince minutos” es otra necesidad recién traída al primer plano del oráculo preapocalíptico para remediar los terribles males de la sociedad de consumo y el “capitalismo salvaje” que asan al Planeta sin piedad.
Esa ciudad de a 15 minutos, como cualquier otra propuesta, quizás merezca una ojeada en el ámbito de la reflexión o especulación en materia de urbanismo utópico-distópico. Por ejemplo y siguiendo el hilo numérico en torno a esa “niña bonita”, pongamos por caso: la ciudad por 15 monedas-día, la ciudad de sólo 15 impuestos (ahora son bastantes más de 100), la ciudad tortuga de 15 km. hora, de 15 grados siempre a la sombra, de 15 decibelios máximo o, por qué no, la ciudad melódica de “15 años tiene mi amor” o “para ti que sólo tienes 15 años cumplidos” o un quinielístico pleno al 15 asegurado per tutti cuanti.
No resulta extraño el extraordinario entusiasmo que pone el mester de progresía marxista, siempre que descubre una nueva idea o concepto que les sirve para inflar su agenda Climalit y el discurso político pedante y totalitario para la sistemática confusión de la realidad.
Sobre todo, porque detrás de cada novedad que dicen inclusiva, sostenible, resiliente y todo eso, está la urgencia y la gran oportunidad de incrementar su cuota de poder, aumentar el gasto infinito y aplicar más fiscalidad para financiar la creación de innecesarias cátedras y departamentos gubernamentales o no gubernamentales con enorme dotación presupuestaria y, cómo no, una bien pagada legión de directores generales, secretarios, subsecretarios, técnicos y demás comensales inútiles e intitulados.
En suma, crápulas brigadistas devoradores al servicio del expolio y la demolición civilizatoria a la que se dedica ahora esa gigantesca empresa llamada Estado, cuyo consejo de administración recibe el nombre de gobierno, que en España tiene la cuenta de resultados más indecentemente deficitaria que podamos imaginar.
No nos preguntemos entonces por qué escuchamos cada día, con ávida insistencia, eso de “la ciudad de quince minutos”.
Porque en definitiva el invento reúne todos los preceptos para justificar el vaciarnos los bolsillos y robarnos otro pedazo de libertad por “nuestro bien”. Aunque la ciudad seguirá siendo un encanto para algunos (sobre todo para ellos, los atracadores) y un horror para otros.
Porque la izquierda si alguna vez acierta en el diagnóstico, nunca en la solución que, no nos engañemos, no ha de llegar para así poder movilizar, cuando interese, a sus hordas clientelares reclamando un nuevo derecho irrenunciable: ¡Queremos todo a un cuarto de hora! Ya, y de paso, un cuarto de cualquier otra sustancia estupefaciente.
Además, a propósito de “la ciudad de quince minutos” se permiten predicar toda una serie de insoportables memeces tan caras a esa pléyade de politiqueros que se prefiguran mesías y profetas, gastando términos policromados en alambiques académicos para expresar lo que sencillamente acompaña al sentido común urbano desde hace al menos más de 3.000 años.
Existen muchas ciudades donde es posible vivir, trabajar, abastecerse, cuidarse, educarse y descansar con una inversión de 15 minutos o menos. Ciudades que se han desarrollado con toda naturalidad siguiendo pautas racionales desde la antigüedad.
Da verdadero repelús escuchar a la empalagosa coctelería lingüística verbalizando siempre en hueco-relieve un repertorio de términos dispares como: la ciudad feminista o en femenino plural, la ciudad policéntrica o excéntrica, el crono-urbanismo, la cronotopía, la topofilia o el civitio…
Es evidente. No existen soluciones sencillas para problemas urbanos complejos, pero envolverlos de verborrea pretendidamente salvífica crea, incrementa y complica invariablemente problemas que inicialmente quizás no lo eran. Suele suceder.
Siempre he dicho, con conocimiento de causa, que en la ciudad la distancia más corta entre dos puntos no es la línea recta sino una moto. He ahí una forma personal independiente y autónoma de salvar distancias urbanas. Es sólo una sugerencia.
Cada cual ha de decidir dónde quiere o puede vivir, qué prestaciones y servicios quiere tener cerca o de cuales prescindir en función de sus preferencias y posibilidades. La insoportable planificación total es imposible y enfermiza. Por eso resulta ser imposición totalitaria.
Me temo sin embargo que esa ciudad de 15 minutos que postulan es más bien como “la ciudad de los perros” de Vargas Llosa. Insoportablemente uniformada, cruel, esclavista e inhumana para una sociedad donde las ratas sintientes son ya también sujeto de derecho.