DE IDUS A CALENDAS

F. Garrido • 15 de marzo de 2024

DE IDUS A CALENDAS


Lo cierto es que si sacrificando a un individuo se resolviera la existencia de todo un pueblo, como Cristo en la Cruz, bienvenido fuese un ara para el ceremonial.


© Fernando Garrido, 15, III, 2024


Este Marzo, con la Semana Santa, es desde luego un mes completito en históricas conmemoraciones. He de decir que no muy felices, pues tuvimos un día ocho para la exaltación perversa del machismo feminoide y otros géneros igualmente indefinidos; también un fatídico once de marzo, que cambió el curso de la democracia española hacia la presente tiranía; luego, un catorce de marzo de 2020 en que nos encerraron inconstitucionalmente, e igualmente un catorce, ayer mismo, fecha desde la que un político podrá cometer delitos de cualquier naturaleza que serán convalidados como buenas intenciones, para lo cual el Estado, sumiso, les pedirá perdón, con tal de conformar una mayoría parlamentaria que permita la continuidad de la esclavitud en la presente dictadura del patriciado corrupto y de ultramar.  



Pero hoy estamos ya a quince de marzo y quizás a pocos les suene ser efeméride de alguna otra circunstancia. Aunque seguro resultará más obvio a quienes les haya rozado siquiera un mínimo conocimiento de cultura e historia clásica.

Sí, efectivamente, tal que hoy se celebran los “idus de marzo” o de "Marte", declarado nefasto en el almanaque romano. Día que las malas lenguas dicen fuese la jornada que más duro se trabajó en un parlamento. Eso sí, de una manera peculiar.

Tal que corría el año 44 antes de Cristo, cuando en sede provisional del senado, sita en el Teatro-Curia Pompellana, un célebre patricio cayó al suelo, inerte, con la toga empapada de un bermejo plasma que manaba de 23 brechas u ojales incisos, practicados con parejas cuchilladas en su torrente vascular a lo largo y ancho de su cuerpo.



Se trataba de Cayo Julio Cesar, de 56 años de edad, dictador plenipotenciario de Roma, asesinado con la complicidad y concurrencia de 60 senadores republicanos, liderados por sus más íntimos colaboradores: Cayo Casio Longino, Décimo Junio Bruto y su primo Marco Junio Bruto; aunque fuese el togado Servilio Casca quien le asesto en el cuello la primera, y quizás mortal, puñalada.

Dicho esto, seguro que la historia -o su leyenda- ya les suena.

Según cuenta Plutarco y otros historiadores antiguos, un augur o vidente llamado Espurina advirtió a Julio del peligro que le acechaba: “guárdate de los idus de marzo”.

También su esposa, Calpurnia, tuvo un sueño presagiando la desgracia.

Inmutable Cesar, llegada la mañana, temprano, de camino hacia el senado, un viejo filósofo, Artemidoro de Cnido, le entregó una carta en la que así mismo le avisaba de la conjura, pero él no quiso leer.

En el trayecto también se cruzó con Espurina, el augur, al que Cesar algo chulesco espeto: “y bien, los idus han llegado…”, burlándose de la profecía. A lo que el otro replicó, “pero todavía no se han ido…”


Tan cierto era como que tan solo unos minutos después yacía a los pies de la colosal estatua de su enemigo muerto, Pompeyo. Aun así, gracias, porque tras la muerte de Julio Cesar, aunque se abriría un periodo de inestabilidad, triunviratos cainitas y guerras intestinas, finalmente llegó la Pax Romana Augustea, periodo de máximo esplendor del Imperio.



No sé cuál sea para estos idus de hoy la agenda ni augures de este dictador contemporáneo, que desde hace tiempo no puede ir tranquilo por las calles.

En cualquier caso, no hay entre los suyos romanas agallas, sino comparsas de voceros o palmeros ganapanes, sincronizados con un mismo libreto, junto a Pages o pajecillos fiados siempre a esas “calendas grecas”, chascarrillo que para los romanos significaba una fecha o momento que nunca ha de llegar, porque aquellos griegos antiguos, como ahora nosotros, no computaban el tiempo en calendas, ni idus.

No esperemos, por tanto, ninguna, ni inminente ni consecuente, Pax Hispaniae en el horizonte cercano.


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