DE TOLEDO: SE EQUIVOCABAN
DE TOLEDO: SE EQUIVOCABAN
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© Fernando Garrido, 27, V, 2025
Aquí se dice que a Toledo uno llega llorando, lo mismo que se despide luego bañado en lágrimas, que es admitir que venir no se quiere e irse tampoco. Será algo así como el síndrome del can del hortelano: llegarse incomoda mucho y marcharse joroba otro tanto.
En estos misterios de los decires populares siempre se juega con ventajas y no poca parcialidad al expresar sentencias en defensa de lo propio, lo de aquí o lo de allá.
Pero es cierto que sucede el llanto con lo uno y lo contrario. Un Toledo ajeno y un Toledo nuestro son por lo mismo, motivo de tristeza. Dos lados de una misma moneda: la cara, un san Pedro del Greco lagrimando, y la cruz, un Cristo de don Luis Tristán, su discípulo.

Ahora bien, puestos a llorar hagámoslo por lo que de verdad importa. Mi lista sería inmensa, como para enjugarnos lagrimas con aquellos tantosmil pañuelos que se vieron ondear al viento en la plaza de toros el Corpus de 1995 (domingo 18 de junio), tras una de las memorables faenas de Curro Romero, que tuvimos, tuve, la extraña suerte de presenciar en el tendido cuatro, junto al cantaor Manuel Gerena, currista y morisco de Puebla de Cazalla, Sevilla, que entonces se andaba en amoríos por aquí.

Sí, Gerena, aquel que cantó tan bien, de Miguel Hernández las “nanas de la cebolla”; hortaliza de lloros tomar, donde las haya: “La cebolla es escarcha cerrada y pobre: escarcha de tus días y de mis noches. Hambre y cebolla: hielo negro y escarcha grande y redonda” …
¡Ay! que con tanto plañir, no quedará hueco ni lavandero en fuente toledana para asear tanta tela, trapos, ni las calles sucias de una ciudad infectada de palomas, esa ave puerca que defeca, se reproduce, crece y no cesa, de Toledo en cada ventana, balcón, tejado y puerta.

Por eso recito yo, a nuestro alcalde, como cantaba aquel otro poeta: se equivocó la paloma y ella se equivocaba. Por ir al norte, fue al sur, creyó que el trigo era agua. La madona del cencerro se equivocó, se equivocaba. Ella se durmió en la orilla, tú, amigo Carlos, en la cumbre de una rama.
