TONTO EL QUE LO LEA
TONTO EL QUE LO LEA
© Fernando Garrido, 30, VI, 2024
A veces en algún lugar inesperado se encuentran escritos que, queriendo, podrían ser eslogan, anuncio o avanzadilla de intrascendentes revoluciones.
Un contenedor de basuras, una puerta desconchada, un rincón abandonado o un excusado público son óptimos lienzos para aventar causas perdidas de esas que se adornan con sucias palabras para expresar moralejas sencillas, que pretenden acuchillar conciencias afectas a las cuestiones de nuestro tiempo.
Son como gritos que, con más o menos razón y estridencia, claman verdad y justicia, levantando barricadas imaginarias. Versos que quizás provoquen hilaridad en el filósofo, la simpatía de críticos o disidentes a la vez que el escándalo para los crédulos e indignación en pecadores.

Aunque el fenómeno se suele atribuir a un remoto y mitificado mayo francés, el mensaje furtivo, más o menos irreverente y subversivo, se ha practicado desde que existiera la escritura.
En Roma no faltó ese “stulte qui legerit eum” (tonto el que lo lea), que se viene reproduciendo en toda época y lugar allá donde existan en paridad tizas y paredes, tontos y lectores.
En cada caso, según su contenido, cabría un debate (conversación se dice ahora)* acerca del ingenioso vandalismo del autor, la validez, oportunidad e inteligencia del mensaje y la estulticia o listeza sus receptores.
*(Nos tememos que ese nuevo “conversar” lleva implícita la aceptación de todo el marco dogmático conceptual del llamado progresismo, donde queda fuera toda discrepancia, sistemáticamente tachada de extrema, ultra negacionista y, por tanto, privada de validez o legitimidad alguna para establecer cualquier discusión o debate frente a su pensamiento único).

Sea como fuere, traigo aquí una de esas sentencias con la que me topé recientemente. Se trataba de una pintada a rotulador en el lavabo de una cafetería. Una ocurrencia cómica de esa especie que reflexiona acerca de la ascendencia, cualidades y oficio del político de hoy.
Sin apuntar nominalmente contra alguien concreto, creo que lo retrataba casi perfectamente. Decía:
“¡Que nos gobiernen las putas, porque sus hijos no pueden!”
Probemos, pero antes de que los resentidos prohíban por ley la existencia a sus madres.

Pues ellas ya se han manifestado en contra mediante su plataforma Stop Abolición, a propósito de los dos días que su presunto vástago se ha tomado de asueto a cuenta el óbito de don Sabiniano, “el de las putisaunas”.


Y tienen toda la razón: es lacerante que aquel cuya carrera política tuvo al parecer sus cimientos financieros en la industria del sexo, arremeta ahora contra el derecho de la mujer (del varón chapero aún no dice ni mu) a usar su cuerpo profesionalmente como cualquiera. O es que acaso el mecánico, el poli, la pescadera, la deportista o la modelo, por poner algún ejemplo, ejercen su oficio gracias a su espíritu y no a un cuerpo motor y serrano. Eso sí, creo que algunas profesiones se disfrutan mejor que otras.
Pero como hay cosas que se han de tener en Cuenca (Huete), dos días de propina para reflexionar y pirárselas con su narciso y absentista cuerpo de entierro, son bastante más de lo que gozan la mayoría de yernos y allegados.

No sé si el vacío “inexcusable” de poder por “asuntos personales” daría para proclamar rápidamente presidente a una buena meretriz. Ahí lo dejo.
