Vaya usted a saber por qué: si por nemotécnica asociación de ideas o diversión prosopopéyica se dice tradicionalmente al número veintidós “los dos patitos”.
Lo cierto es que el símil funciona a las mil maravillas para esa cifra de dos dígitos (dedos), capicúa (igual de izquierda a derecha y viceversa), expresado en grafías arábigas, que son las propias de nuestro uso y sistema numérico decimal nacido en India allá en el siglo V a.C; pero que nosotros adoptamos paulatinamente desde el siglo X, porque facilitaba enormemente el conteo a través del útil más cercano y humano posible como son, sin duda, los diez dedos de las manos.
Manos que estando en posesión de un mendrugo ignorante, se suele predicar de ellas con escarnio que “no saben sumar dos y dos”.
Antaño, para que eso no sucediera en el futuro, la buena maestra-escuela hacia cantar –sin perspectiva de género- a sus párvulos: “el uno es un soldado haciendo la instrucción, el dos es un patito que está tomando el sol…”; y después, quizás, deleitaba a sus pupilos recitando un cuento con moraleja: ¿Qué tal hoy “El Patito Feo”? Sí, sí.
Sí, sí, porque sin ingenuidad pero con nobleza de alma infantil, el “Viva” de Vox con dos mil veintidós patitos a los que se suman varios miles más, bien puede ser narrado en esa clave moralizante que está presente en aquel célebre cuento de hadas, escrito en pleno siglo XIX por el danés Hans Christian Andersen.
Todo el que haya tenido una infancia razonablemente feliz lo ha oído o leído alguna vez: un patito singular, aparentemente más torpe y feo que sus hermanos, que siendo rechazado y humillado hubo de buscarse la vida fuera del calor de la camada, pero al final -como todo el mundo sabe- resultó ser en el más bello cisne del lago.
Pongamos ahora, -ya que estamos de símiles, consejas o exempla- que esa ave “más feo que Picio”, fuese en realidad un águila imperial nacida sin embargo en nido de una gaviota; y que sufrió los rigores y desazón de la incomprensión y el desprecio; y que abandonó la paja materna para encumbrarse en el hábitat propio que le estaba reservado legítimamente por ser su genético destino el más glorioso.
Algunos vemos en Santiago Abascal y a Vox como ese partido (“el partido feo”), insultado, rechazado, calumniado por una clase política miserable que, junto a sus terminales fanáticas, tal vez habrán de comprobar –más antes que tarde- con vergüenza algunos, con estupor otros, que el águila vuela más alto; que su visión de España es más elevada, y su respuesta más noble, potente y eficaz que la de cualquier ave cantarina, de mar o ciénaga, o rapaz carroñera.
Por eso, ¡Viva 22 y viva Vox! en esta su estupenda celebración; fiesta nacional de la esperanza iniciada hace años con talante y vista alegre que, hoy sábado y mañana domingo, vive y brilla bajo el sol de Madrid, tumba –como siempre- de esa izquierda fascistoide gubernamental y sus alrededores de mal agüero.
¡Viva España y Viva 22!
Y no preguntemos, ni falta hace decir aquello de ¿cómo está la plaza? porque está ¡abarrotá!, veintidós, veintidós, veintidós, 22, 22, 22...
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